No falla, cada vez que un líder totalitario se ve comprometido por asuntos domésticos busca un enemigo exterior. Nada mejor que eso para unir a su parroquia contra ese enemigo real o imaginario y que no se hable de lo que no te interesa que ... es el lío que tienes en casa. Sánchez es un maestro de la dispersión, siempre que se ve metido en un escándalo, saca una burrada mayor que indigna, sí, pero que hace que no se hable de lo que a él le afecta más. Lo mismo hace con su errática política exterior, que utiliza a modo de cortina de humo cuando se ve precisado, escapando a giras absurdas que le permiten quitarse de en medio unos días, aunque tampoco puede decirse que se prodigue mucho por el Congreso o que responda a preguntas de medios no afines. El 'modus operandi' de este señor es hacerte lo de 'mira la bolita, mira la bolita' mientras que él consigue lo quiere, sea o no correcto. Es por esto que la política exterior de nuestro país en los últimos años es una vergüenza más típica de una república bananera que de un país serio de la UE y, no lo olviden, de la OTAN.
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La primera en la frente. Ya resultó extraño el giro en política exterior con Marruecos que llevó a cabo de un día para otro y de manera unipersonal, repito, unipersonal. No es que no lo consultara con el principal partido de la oposición que ganó las elecciones, es que no lo consultó ni con los suyos. Este repentino giro dejando en la estacada a nuestros amigos saharauis y enfrentándonos con un buen aliado que tiene gas, Argelia, se produjo apenas unas jornadas después de que se supiera que su móvil había sido destripado por Pegasus. Al parecer para el reino de Marruecos con quien tiene desde entonces una clara política de sumisión. De ahí los rumores. Pero luego vinieron las cortinas de humo. Después de las barrabasadas, violaciones, asesinatos y la masacre de civiles inocentes del 7-O, y la durísima reacción de Israel, no podía ser de otro modo, Sánchez corrió a ponerse del lado de Hamás llegando a ofender a Israel en un acto celebrado allí mismo. En ese momento, y como se le había complicado el escenario en España, no se le ocurrió otra cosa que protagonizar una «exitosa» gira mundial –como decía Martes y Trece, «haces una gira por Soria y te forras»– a la que no se sumó ni el Tato. Eso sí, nos enemistó con un país amigo, Israel, y provocó que Sánchez fuera felicitado por Hamás, nivelón. Luego fue felicitado, también por los terroristas hutíes, y más tarde por el régimen talibán.
Desastre. Venimos de un PSOE, el de la buena época, responsable, con sentido del Estado y alineado en política internacional con los nuestros, la UE, Occidente, la OTAN. Un partido de vocación prooccidental y atlantista que nos tenía situados donde debemos estar. Con Mr Fango nos felicitan Hamás, los hutíes y los talibán. ¡Toma ya! Pero por si esto fuera poco, Sánchez, de la mano de ZP, el hombre que hundió España y salió por patas, está a partir un piñón con el régimen de Maduro, al que no condena negándose a reconocer, como el Parlamento Europeo, al ganador de las elecciones, Edmundo González. No reconocer el triunfo de Edmundo implica, te pongas como te pongas, que estás apoyando a Maduro. Al igual que lo del rey de Marruecos y Pegasus pinta muy mal, el enamoramiento del partido sanchista con el régimen bolivariano comienza a hacernos sospechar que el asunto de las maletas de Delcy es turbio más que turbio. Por si todo esto fuera poco, son múltiples los testimonios de empresarios que sitúan al ínclito ZP en China cada mes y medio. ¡Qué boda sin la tía Juana! Vamos, que un tipo trasnochado, que vive a lo grande favorecido por Maduro, que es uno de los puntales del grupo de Puebla, y que intermedia con China, está marcando la política exterior de España. De traca. Para muestra, el último viaje de Mr. Fango a China de donde volvió pidiendo bajar los aranceles a los coches eléctricos chinos para enfado de nuestros socios comunitarios. En suma, hay dos ejes en el mundo y Mr. Fango nos alinea con el de China-Venezuela- Rusia- Irán, lo mejorcico de cada casa. Y de su gira por África provocando más efecto llamada ni hablamos. No es posible sumarse a peor equipo.
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