Hay un tipo en Francia, de nombre Éric Zemmour, que ha convertido en ultraderechita cobarde a Le Pen. En muy resumen, que esto es solo ... la introducción de mi tesis y no quiero que se aburran con detalles afrancesados: este señor dice que los inmigrantes musulmanes vienen a invadirnos y a convertir Europa en un escenario de la yihad, que la globalización está acabando con la esencia de De Gaulle y que los foráneos dejan sin trabajo a los hijos de sus compatriotas. Compara el matrimonio homosexual con el de un padre con una hija, aunque no se pronuncia particularmente sobre el aborto. Cree que el mal entendido feminismo es una lacra para la igualdad y que la ideología de género esconde en realidad una agenda comunista que pretende, casi igual que los musulmanes, acabar con las tradiciones y el estilo de vida francés.
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Los analistas políticos internacionales que han crecido leyendo la sección de Cultura de 'El País' y creen que la política de la cancelación es algo positivo (esto es, matar civilmente a cualquiera que ose a opinar distinto que la turba en algo como que los hombres tienen derecho a la presunción de inocencia o que igual se nos está yendo la mano con la locura climática), analizaban el 'fenómeno Zemmour' como algo propio de las élites multimillonarias que no soportan pasear por París y cruzarse con alguien más moreno de la cuenta. Vamos, lo que les pasa a ellos solo que en su mente algo perturbada los de la derecha exhiben su rechazo orgullosos y en la izquierda poco más o menos que consideran que es pecado y se deben redimir con 'hashtags' en Twitter e Instagram para parecer menos racistas de lo que son.
En este escenario de blancos y negros, de buenos y malos, de fascistas y progresistas; la semana pasada se presentó oficialmente la candidatura de Zemmour a la presidencia francesa. Un mitin multitudinario con un lema brutal a efectos de comunicación política: 'Imposible no es francés'. Miles de simpatizantes cantando la marsellesa al unísono y chovinismo como para desear invadir Francia para que alguien les diga que desde Napoleón la cosa les va un poco regular.
Pero en ese momento de inclemencia laudatoria, apareció una invitada especial. Una de las líderes de los 'chalecos amarillos', obreros que protestaron ferozmente contra el Gobierno de Macron por el empeoramiento de su calidad de vida debido a, entre otros motivos, la Agenda 2030 (ese pin arcoíris que verán en muchos políticos y que significa que todo lo hacemos mal pero que la religión progre nos va a enseñar el bien), se plantó en el acto, subió al atril, y dijo que apoyaba sin fisuras la candidatura de Zemmour al Eliseo.
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Imagínense por un momento las caras de los politólogos de izquierdas que llevaban años apropiándose del movimiento obrero para culpar a la derecha de la muerte de Kennedy en adelante, observando cómo un tipo que deja a Vox en soviet de Stalin es capaz de llevarse a la mayor representante del movimiento obrero a decir que ahora los derechos sociales ya no van a volver a ser ya no patrimonio de la izquierda, que nunca lo fueron, sino ni siquiera bandera.
Y es que, para su desgracia, vivimos en un mundo en el que la izquierda ha sido colonizada por los nuevos progresistas de salón, esos de clase alta que estudian en los mejores colegios y escuelas de negocios del mundo y que, como jamás han sufrido ninguna opresión en su vida, tienen que inventarse una para poder justificar que son tan víctimas del sistema como, yo que sé, los niños de 5 años que cosen ropa en Bangladesh o las niñas de África a las que desescolarizan a los 10 para ayudar en casa.
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Esos mismos que te hablan del impacto del veganismo en el feminismo trans mientras sigue habiendo miles de obreros que no llegan a fin de mes y nadie se acuerda de que hubo un día que la izquierda nació para defenderles a ellos.
Esos, los que braman por la opresión de la imbecilifilia en la que viven, alucinan porque un facha que dice que es injusto que hayamos perdido en calidad de vida por culpa de Greta acabe llevándose los votos que algún día, sin merecerlo, les pertenecieron.
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Zemmour no va a ganar la segunda vuelta de las elecciones, y menos mal. Pero si durante el camino da un par de lecciones a la izquierda, bienvenidas sean. Falta les hace.
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