Era la noticia que todos estábamos anhelando como agua de mayo en la España de la crisis y la inflación galopantes: una Ley de Protección, ... Derechos y Bienestar de los Animales que por fin fiscalice, burocratice y complique, con los debidos cursillos oficiales y rimbombantes títulos, la tenencia de mascotas, a la vez que haga crecer el gasto público con la consiguiente proliferación de chiringuitos para amigos y afines ideológicos que impartirán ese peculiar tipo de estudios. Hay, sin embargo, varios aspectos en el anteproyecto de ley perpetrado por Ione Belarra que me intrigan y en los que hasta detecto graves contradicciones respecto a la doctrina animalista en la que supuestamente se inspira. ¿Por qué la ministra quiere esterilizar a todos los gatos que no tengan un propietario con el máster oficial de criador de mascotas y no a los perros? Aun admitiendo que la medida fuera necesaria (no lo discuto), ¿se puede hablar realmente de derechos cuando de lo que se trata es de capar, sin consentimiento previo, a todo felino que asome el bigote por el reino? ¿Se puede llamar a eso derecho? ¿Derecho a qué? ¿A réplica? ¿Al pataleo? ¿Se puede decir sin ironía que los gatos tienen derecho a ser esterilizados?
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El tema tiene su enjundia filosófica, pues lo que explica tal discriminación hacia los felinos en un texto legislativo que rebosa hasta el delirio ultralegalista de mimos con los chuchos y los canarios es que los primeros se mueven con más libertad que estos últimos. Es decir, que aquí lo que se penaliza es el espíritu libre, el carácter autónomo y la emancipación sexual de toda una especie, o dicho en términos civiles, de todo un pueblo. Otro aspecto criticable del borrador de la ley es que, si esta aspira de verdad a responder a una nueva sensibilidad garantista del reino animal, debe derogar términos ofensivos como «dueño» o «propietario», que socavan la dignidad de la fauna doméstica. ¿No habría que hablar de «tutor» o «compañero»?
No. La 'ley Belarra' es una cortina de humo para ocultar la catástrofe social. Jamás llegará a buen puerto, entre otras cosas porque no hay tiempo para su tramitación en la actual legislatura. Y uno lo lamenta de veras porque habría sido un broche de oro perfecto para el sanchismo terminal: una España rebosante de perros, perras y perres callejeros de los que sus amos se habrían desecho para librarse del cursillo forzoso o de la multa por preñez; unos zoos abarrotados de iguanas, serpientes y loros; un gallinero nacional revuelto como nunca con cuatro gatos para millones de ratas... Y Sánchez mandando a casa a Ione con la misma frialdad con la que lo ha hecho con Ávalos, con Lastra... Con quien ya no le resulta útil.
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