El candidato republicano cabalga de nuevo, lanzando exabruptos que deberían poner los pelos de punta a sus aliados, entre los que nos encontramos. En nuestros ... pagos se le ha ridiculizado lógicamente cuando ha soltado que puede que no haga caso de las obligaciones que impone el Tratado de la OTAN. Y dado a entender que, toscamente, le importa un pimiento que Putin ataque a aquellos aliados de Estados Unidos que se han convertido en unos gorrones. Hay mofa abundante y se le trata de descerebrado.
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Ahora bien, se olvida que ese descerebrado lenguaraz e inelegante puede ser de nuevo presidente de Estados Unidos. Es algo que nos afecta y, casi más importante aún, que las aceradas pullas de Trump a los europeos son compartidas por un número creciente de sus compatriotas.
Empecemos con las elecciones. Hoy, a escasos 9 meses de la cita electoral, todas las encuestas dan vencedor a Trump sobre Biden, por poco o amplio margen, pero todas. Las casas de apuestas sin fallos auguran –después del informe de un fiscal especial que sostiene rotundamente que el actual presidente tiene chocantes lapsus cognitivos– que Trump volverá a la Casa Blanca. Aquí es preciso recordar que los que votan en las elecciones yanquis son los estadounidenses, no la gente de Valencia, Burdeos, Milán o Múnich. Mal que nos pese, es así. Los europeos que depositan esperanzas en el Tribunal Supremo americano para descalificar a Trump por su –supuesta o real– intervención en la algarada golpista de hace 3 años son tan voluntaristas como los que sostenían aquí que el Constitucional de Pumpido tiraría patas arriba la ley de amnistía de Sánchez. Vana ilusión en ambos casos.
El Tribunal Supremo de Estados Unidos está compuesto por 9 magistrados, de los que 6, en principio, son conservadores: 3 de los cuales fueron nombrados por Trump, y 3 considerados 'progres'. Tienen que pronunciarse sobre si Colorado, Maine u otro estado poseen competencias para decidir que Trump no puede presentarse en su territorio por las acusaciones de golpismo de las que es objeto. Colorado se acoge al párrafo 3 de la Enmienda XIX, que prohibía a los perdedores de la guerra civil hacerlo, por haberse levantado contra el poder legítimo.
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Los 'nine old men' (los nueve viejos) del Supremo van a encontrar que la enmienda se refiere a cualquier cargo público, pero no a la presidencia. O bien que el precedente de la prohibición será funesto, porque Texas u otro estado podrían replicar que ellos inhabilitan, a su vez, a Biden como candidato por esta o aquella irregularidad. Dos de los jueces progresistas –la señora Elena Kagan y el juez Ketanji Brown Jackson– han mostrado en sus intervenciones que ven peligroso abrir ese melón. Visto lo cual, la otra progresista, la hispana Sonia Sotomayor, tendría problemas para votar en contra de la mayoría. El presidente Roberts se esfuerza en lograr una decisión unánime que impida a los estados decidir algo que afecta a toda la nación.
Anegada así la vía judicial, el futuro de Trump –de Estados Unidos y del nuestro– está en las urnas. Y estas en estos momentos no pintan bien para Joe Biden, el candidato de la opinión pública europea y, sobre todo, de la ucraniana, que teme que la vuelta de Trump signifique cortar el grifo de la ayuda militar occidental, vital para su subsistencia. Hará sangre con la cuestión migratoria, argumentando que los ilegales se han multiplicado por cuatro en estos tres años aprovechando la «actitud buenista» en la frontera del gobierno Biden.
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Putin ya ha anunciado en la pedante entrevista–monólogo que concedió al periodista yanqui Tucker Carlson– que la existencia de Ucrania es una entelequia y que el futuro del conflicto debe solucionarse en conversaciones directas entre Estados Unidos y Rusia. Sin la ONU y, tiene bemoles, sin Ucrania.
El ruso se muere por tener de interlocutor a Trump, situación claramente inquietante para el país invadido y para toda Europa. Reitero que el talante aislacionista trumpiano y la consideración de los europeos como «aprovechados» ('freeriders'), chupando de Washington cuando hay un conflicto militar costoso, son reflexiones que han calado en bastantes votantes estadounidenses.
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Como conclusión, Donald Trump es un bocazas ególatra e impulsivo que, en sus aludidas declaraciones, ha mostrado una insolidaridad impropia del líder del mundo occidental. «Una cosa de lo más irresponsable», según la candidata Nikki Haley. Algo estúpidamente provocativo, incluso para un personaje tan petulante como él. Pero hay que preguntarse si, en el fondo de su rabieta, hay alguna base no baladí. Y la hay.
Hace unos 14 años, los países de la OTAN se comprometieron a gastar en seguridad el 2% de su Producto Nacional Bruto. Solo tres o cuatro lo cumplían, mientras Washington gasta más del 4%.
La invasión rusa de Ucrania ha despertado a algunos aliados y ahora, ¡gran proeza!, ya hay 11 de 30 integrantes de la OTAN que hacen los deberes económicos. Pero aún hay 19 que no.
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Les será fácil adivinar quién está entre los 3 últimos de esos 19: la ejemplar España. Es decir, que el votante que oiga a Donald Trump se empapará de que dos tercios de los países aún no cumplen lo acordado y que España es campeona de lo que ellos consideran «gorroneo».
Y sacará conclusiones.
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