Puedo prometer y prometo que había hecho votos para no volver a mencionar más en mis escritos la palabra pandemia. Estoy harto de esta historia interminable, como imagino que lo estará la mayoría de los mortales. Que si virus por aquí, que si vacunas por ... allá, que si PCR, que si antígenos... ¡vaya follón! Es verdad que ahí lo seguimos teniendo, a pesar de confinamientos, restricciones, toques de queda, geles y mascarillas; vivimos en un sinvivir, no se oye hablar de otra cosa cuando te cruzas con la gente por la calle, y no digo nada las teles, en todos sus informativos y desinformativos. Pero es que me lo han puesto como a Fernando VII cuando usaba paletón, como a Díaz Ayuso cuando el Pisuerga pasa por el Manzanares, como al Real Murcia con los tres penaltis que esta tarde le van a pitar a favor. ¡Es que es día 14! ¡Es que precisamente hoy, víspera de los Idus de Marzo, hace justamente un año, nos metieron en casa, nos confinaron, nos asustaron (con razón), redujeron nuestros movimientos a procurar comida y papel higiénico, nos apuntaron a ese canal de películas y series que palió nuestras clausuras, nos cerraron los teatros, cines, bares, estadios, iglesias, y todo aquello que olía a multitud, nos asolaron a noticias terribles de contagios y fallecimientos que se multiplicaban en horas, impidieron que fuéramos al médico de cabecera para ver si nuestros triglicéridos habían subido o bajado, las calles y plazas se quedaron más vacías que zurrón de peregrino, nos pararon las ligas de fútbol y baloncesto, las carreras de coches y bicicletas, hasta la Olimpiada se suspendió! ¿Cómo no vamos a conmemorar este infeliz aniversario?

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Tampoco estaba muy decidido a insistir en el tema porque, imaginaba, que no pocos periodistas iban a aprovechar la ocasión para recordar la efeméride, y destilar la mala baba que a todos nos deja tan desgraciada situación. Hasta mi buen amigo, el filósofo Paco Jarauta, publicó esta semana un magnífico y preciso artículo, como todos los suyos, sobre el tema, en una edición digital de mucho tronío y señorío. ¿Dónde voy yo con mi pobre prosa? Fíjense ustedes que todavía escribo esto que escribo y a punto estoy de bajarme y hablar de otra cosa. No será que la cruda realidad no nos da posibilidades estupendas: de las mociones de censura, por ejemplo, (¡Uy, no, por las mociones de censura que se peleen otros!), del regreso de la Campos a la tele (lo haría si la hubiera visto alguna vez en mi vida), de las películas españolas de esta última hornada premiadas todas con goyas (lo haría si crítico fuera de cine), del sexo de los ángeles (si es que lo tuvieran)... Pero no. No estaría bien escamotear a la clientela un argumento de tanta actualidad como la pandemia, privarla de la mención expresa a la dura situación en la que estamos, a la espera de la cuarta ola si las retrasadas vacunas no lo impiden; tampoco quisiera hurtar una mirada sobre lo que hemos hecho en estos meses, doce sin ir más lejos, en los que tanto han cambiado nuestras vidas, sin besos, abrazos y achuchones. Imposible. No tengo más remedio que hablar del virus y sus consecuencias. ¿Cómo no voy a conmemorar este infeliz aniversario?

Pero... Cuando me pongo a escribir sobre lo que pienso que ha ocurrido durante este año, lo que he visto en mi familia, en mis deudos, en mis vecinos, en aquella señora que jamás sabré como se llama pero que estaba en la cola del pan cada día, me doy cuenta de que es demasiado. Me puede. No hay periódico que admita una novela tan larga, repetida además por mucha gente que le ha dado por escribir cosas que le han pasado durante el confinamiento. Nuestras experiencias por la Covid tienen difícil resumen, más allá de haber aprovechado la ocasión para clasificar fotos, películas en sus diversos formatos, libros, cartas, facturas, e-mails,'whatsapp', viejas carpetas, plumas, relojes... todo lo que creíamos en orden pero que la pandemia nos ha demostrado que no. Ordenar cosas, pero también ordenar ideas, que a tantos nos habría venido bien hacerlo. Claro que a otros les da igual pasar una epidemia que irse de vacaciones a Punta Cana, pues o siguen sin tener tiempo para pensar en lo que tienen delante, o les importa una higa el mundo y sus monarquías.

De ahí que no tenga por menos que decirles: infeliz aniversario.

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