Denuncias al Tribunal Supremo, rasgamientos de vestiduras, comprensión, llamamientos a la concordia, el Rey utilizado como cómplice, una maniobra para mantenerse en el poder, una maniobra para explorar un penumbroso camino que acabe con el crecimiento de un nacionalismo insolidario. Un gran sonajero político en ... torno a los indultos. Además de todo eso, cabe también el espacio para una duda más que razonable. Libre de maximalismos y de certezas rotundas. Y sobre todo, cabe preguntarse por las razones que han llevado al Gobierno a cambiar de postura. Cabe preguntarse, en definitiva, por qué no se han esforzado en explicarnos las razones que lo han impulsado a ese cambio.

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Simplemente nos han comunicado que donde antes se decía digo ahora se dice Diego. Que lo que antes era estricto cumplimiento de la ley ahora es concordia. Y que aquello que hace un año era justicia ahora significa venganza. Que exista un cambio de postura es absolutamente legítimo. Es más, a veces es el resultado de un proceso de maduración, un cambio de perspectiva que puede ser enriquecedor. Complejo pero enriquecedor. Siempre y cuando se razonen o al menos se traten de razonar esos cambios. Algo que aquí hemos echado en falta y que finalmente supone un menosprecio a la ciudadanía, a la que se le vuelve a tratar como a un parvulario al que se le dan hechos consumados o argumentos pueriles por lo que suponen de contradictorios o de borrado de memoria o inteligencia.

Días atrás asistió uno a un diálogo entre dos veteranos socialistas –uno de ellos con un amplio currículum de cargos públicos y orgánicos–. Hablaron, siempre esforzándose en entrecomillar sus palabras, de la diferencia que existe entre lo que se planifica dentro del partido y aquello que se transmite a la sociedad. «Tergiversación», «manipulación», «efugio» y, finalmente, «mentira», fueron algunos de los términos con los que trataban de definir esa diferencia entre lo hablado en el cónclave interno y lo que se expone al exterior. Algo que en la Transición y en las etapas inmediatas se trataba de maquillar con un velo de ambigüedad, pero que cada vez se ejecuta de forma menos disimulada, atendiendo a esta realidad ya no líquida sino eminentemente vaporosa en la que estamos sumidos. A la vez que cunde la sobreinformación se actúa de un modo más descarado, dando por hecho que el empacho informativo provoca un vaciado de memoria y de entendimiento en una ciudadanía a la que cada vez hay que enviar mensajes más simples y digeribles. Una serie de eslóganes publicitarios que nos eximan de farragosas complejidades y nos ahorren la tarea de pensar. Indultados de razonar.

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