Vivimos en la época de los colectivos y los grupúsculos de presión, que es como decir que vivimos en una época que va directamente contra las personas individuales. Antes había que ser muy rico para permitirse tener honor, pero ahora hay que ser muy rico, ... y poder abstenerse de cualquier dependencia del mundo, para poder ser un individuo con mínima libertad. Antes 'la sociedad' no significaba nada y por lo tanto había que estar moderadamente tranquilo. «La culpa de que mi hijo sea yonki la tiene la sociedad». «La culpa de que se hagan chistes de gangosos la tiene la sociedad». Y la sociedad podía responder: «A mí no me mire, señora, que la sociedad no soy yo, sino que es aquel señor que va por allí...». Por el contrario, ahora la culpa de todo la tenemos los individualistas, a los que nos señalan, por no estar organizados en colectivos ningunos que nos defiendan. No es lo que dicen de ser hombre blanco, hetero, cristiano, etcétera. Es, simplemente, seas musulmán, homosexual y oscuro de piel, el ir por la vida a tu aire, sin tener la violencia aceptada de algún chiringuito detrás. Nunca ha habido más miedo de ejercer como ser humano individual que ahora. Ah, el comunismo capitalista.
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Antes las minorías nunca ejercían su yugo sobre las mayorías, por mucha razón puntual que tuviesen esas minorías. Y las mayorías no tenían una taquilla concreta de atención al público ante la que protestar. Creo sinceramente que la cosa estaba mejor así, era mejor alguna injusticia al desorden de la injusticia generalizada que tenemos hoy, donde todo se rige por cuotas de millones institucionales y cuotas de violencia organizada. Todos los chiringuitos regados con mucho dinero acaban convirtiéndose en unidades paramilitares que siembran el miedo. Antes la mayoría de la población, 'la sociedad', era algo vagaroso, como existen las nubes. El resultado es que se podía uno, como individuo, burlar de todos los colectivos, por entonces no subvencionados, excepto burlarse de la Autoridad. Y si uno buscaba sus mañas, también de la Autoridad. A la censura antes todos los días, con la suficiente astucia, la gente inteligente le metía decenas de goles. Hoy a la cultura occidental de la cancelación, es decir, a la cultura de que no se te ofenda algún colectivo porque entonces te meten de por vida a un lazareto cívico, no le metes ni un gol. Hay terror de que pueda surgir algún colectivo nuevo del que no se tiene noticia que diga sentirse agraviado. Y estás listo de papeles; la picadora de carne de Twitter y el escrache dirigido se pone en marcha, señalado por los dueños del relato y, como escribía Manuel Vicent de las tertulias de la radio (lo escribió en un tiempo analógico), «sales convertido en una albóndiga humana». A la autocensura, que es el nuevo nombre que tiene el ángel de la guarda y que te susurra al oído eso de «hijo mío, tú no te metas», no le empatas nunca, siempre pierdes.
Pretendiendo contemplar derechos específicos de tantos colectivos, normalmente inventados, nos encontramos con el despojamiento de cualquier derecho a los que no queremos ser una fuerza de presión ni un movimiento de moda, sino solo una persona, un ser individual y no sacado de un molde, como los de toda la vida.
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