Hablar de dinero me suele parecer de poco gusto. No me importa lo que gana fulano, o lo que ha heredado mengano. No quiero saber ... cuánto costó la comida a la que me invitan, ni el valor del reloj que lleva el vecino. El dinero, sin duda, es muy importante, sobre todo cuando no se tiene. Pero me parece algo sobrevalorado si se dispone en grandes cantidades.

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Dicho de antemano mi relativo poco interés en el asunto, reconozco que el dinero es una excelente gasolina para el motor del progreso. La posibilidad de conseguir grandes recompensas económicas puede que no fuera el único acicate, pero sin duda influyó en el desarrollo de las tecnologías, medicinas y servicios que disfrutamos. Aunque solo una minoría consiga hacerse multimillonaria, muchos otros trabajan duro para generar avances e innovaciones por esa esperanza de éxito. La promesa de obtener mucho dinero actúa como la zanahoria delante del burro que sigue caminando indefinidamente.

Pero me quiero centrar en un nivel de dinero más modesto, los sueldos, que afecta a muchas personas en su desempeño profesional. En las últimas décadas se ha producido una continua precarización en actividades que requieren una alta especialización. Aunque esto afecta a variados sectores, voy a considerar dos que conozco algo: los médicos y los profesores universitarios. Ambas profesiones tienen en común una elevada componente vocacional junto a largos, y selectivos, periodos de formación. Sobre los médicos recae la responsabilidad de cuidar la salud de las personas y en los profesores la formación de los jóvenes y la creación de nuevo conocimiento en sus respectivas disciplinas. Estas tareas se antojan muy relevantes y requieren inteligencia, dedicación y décadas de estudio para desempañarlas con solvencia.

El camino en estas carreras profesionales es largo y tortuoso. Hace falta pasar por una serie de procesos selectivos y superar variados exámenes que a menudo llevan años de preparación. La formación práctica de los médicos es el famoso MIR, y en esos años aprenden a la vez que practican. En la Universidad, los primeros niveles de acceso son los contratos de formación de investigadores. En ambos casos, los jóvenes en esos periodos formativos reciben unos salarios bajos. Para ellos en estas etapas lo importante no es tanto el sueldo, sino el encontrarse ya en la vía para convertirse en los futuros profesionales que probablemente habían soñado ser desde niños. Tras esos años, y a menudo después de estancias en hospitales o universidades en el extranjero, y alcanzadas edades rayando, o superando, los cuarenta años, buena parte de estas personas se incorporan como funcionarios en la sanidad pública o en las universidades.

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Este proceso no ha cambiado mucho en bastantes décadas, salvo en la edad en la que se accede a los puestos funcionarios, que ahora es más elevada. Lo que sí ha cambiado completamente son los sueldos que se perciben, y por consiguiente el estatus social de médicos y catedráticos. Ambas profesiones constituían una élite intelectual, pero también económica, hace 50 años. Desde entonces, sus sueldos se han ido encogiendo continuamente. No tengo unos datos precisos, pero los sueldos relativos al salario mínimo se han reducido en un factor muy significativo, y podemos decir que ambas profesiones se han precarizado intensamente. Esto es, por supuesto, malo para ellos, pero en realidad también para toda la sociedad.

Los sueldos en los hospitales y universidades de otros países son, en algunos casos, el doble o triple que los de aquí. No hace falta ser un lince para imaginar que, en el largo plazo, los mejores entre los mejores buscarán otros horizontes. La crisis de la sanidad, con huelgas en estos días, es en parte una consecuencia de esta situación. La percepción de la sociedad va en consonancia y es difícil ver prestigio en profesiones que, al practicarse en algunas ciudades especialmente caras, casi recuerdan aquel triste dicho de 'pasan más hambre que un maestro de escuela', ahora extendido. Sin duda, ser 'youtuber' es más atractivo, no requiere estudios y se gana mucho más.

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Que los pacientes falten al respeto a los médicos y los estudiantes ninguneen a los profesores es ya el pan de cada día. Si a los médicos y profesores se les paga mal, la calidad de la asistencia sanitaria y de la educación seguirá deteriorándose. Por supuesto, otros funcionarios, como los jueces, sufren el mismo problema, lo que hace vislumbrar una degradación progresiva de la administración en sus aspectos más vitales. No parece un buen ejemplo que los más brillantes y dedicados solo vean su futuro como ilustres precarios.

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