Don Illa, don Simón y el rey que rabió
VERITAS VINCIT ·
Con España de luto, atemorizada y arruinada, ¿hay que seguir aplaudiendo?, ¿nadie protesta?El maestro Chapí nos regaló 'El rey que rabió', una deliciosa zarzuela en la que brilla el coro de doctores. Tras el análisis de un perro, supuestamente rabioso, estos galenos de pacotilla entonan una brillante pieza plena de gracia y cuya letra dice: «Para hacer la prueba que es más necesaria, agua le pusimos en una jofaina y él se fue gruñendo sin probar el agua... Todos estos signos pruebas son de rabia, pero al mismo tiempo signos son también de que el animalico no tiene sed. Y de esta opinión nadie nos sacará, el perro está rabioso o no lo está».
Me pregunto qué personajes del futuro inspirarían hoy en día a don Ruperto. Algunos progres de izquierda han decidido elevar a los altares profanos a los dos mayores incompetentes que madre ha parido, colaboradores necesarios de las bombas de contagio, de nuestros abusivos confinamientos y nuestras desescaladas con fines políticos, los de la nueva normalidad, los mentirosos impenitentes don Illa y San Simón. Convertidos estos supremacistas en ídolos zurdos, los adoran, hacen camisetas con sus caras, les piden autógrafos y hasta despiden al exministro en su marcha a la conquista catalana.
Malicio que el único mérito que impulsó a Rajoy para nombrar a este mediocre médico director del Centro de Coordinación y Alertas de Emergencias Sanitarias –que por no saber ni sabe cuándo cae este año la Semana Santa– fue su parentesco con un preboste del partido; en cuanto al filósofo lo colocó don Sánchez para que, desde un Ministerio casi sin competencias, negociara con los independentistas.
Recordemos algunas de las afirmaciones de los taimados en sus histriónicas comparecencias, proclamando una y otra vez la mayor sarta de dañinas mentiras. «A lo sumo dos o tres contagios», cuando ya se contaban por miles los afectados y tenían en su poder varios informes de Seguridad Nacional y de la OMS alertando del peligro del coronavirus. «No hay problema en la manifestación feminista del 8 de marzo, si mi hijo quisiera ir no se lo impediría», resultado: una bomba de contagiados, entre mujeres, ministros y la esposa y la madre del presidente. Las mascarillas no eran necesarias al principio porque el Gobierno no se había preocupado en adquirirlas, pero luego resultaron imprescindibles y obligatorias. Don Simón aprovecha una de sus muchas comparecencias televisivas para, después de meterse el dedo en la nariz, referirse a la segunda ola asegurando que vendrá o no, mientras don Illa se deja engañar, o tal vez algo peor, con compras de inservibles productos carísimos y ahora se muestra magnánimo y regala las tan deseadas y escasas vacunas a Marruecos y Andorra.
Pero la mayor mentira que, a cualquier persona decente le obligaría, tras pedir perdón, a tomar las de Villadiego, fue la de repetir insaciablemente, cuando el Gobierno decidía, únicamente con criterios políticos, sobre qué autonomías pasaban de fase y machacaban a 'Madriz', que cada paso que se daba era siguiendo los informes de un comité de expertos, anónimos para preservar su intimidad e impedir que fueran presionados. Tuvieron que confesar que no había tal comité y que los sabios eran ellos dos. Y recién, con toda España alarmada por los rebrotes, con 80.000 muertos, a la cabeza de contagiados por mil habitantes, el ministro abandona el barco en plena tormenta para intentar conseguir algunos votos catalanes que le sirvan a su jefe para seguir en La Moncloa.
Don Illa y don Simón no han dado un paso sin el permiso de don Sánchez, el malvado, que ha utilizado esta atroz pandemia para sus particulares fines políticos, incluyendo el asedio frustrado a Madrid, sin que le importara una higa la muerte de tantos, la salud de todos y la economía de los españoles. Con España de luto, atemorizada y arruinada, ¿hay que seguir aplaudiendo?, ¿nadie protesta?, ¿nadie pide cabezas?
En 1875 fallece el conde Henry de Saint Simon, sus seguidores deciden fundar un movimiento ideológico con fines políticos: el sansimonismo, doctrina socialista conforme a la cual cada uno debe ser clasificado según su capacidad y remunerado por sus obras. Sigamos la doctrina de los antiguos sansimonistas: clasificados profesionalmente don Illa y don Simón con un cero, y no encontrando mérito alguno en su quehacer, devenimos que deben ser mandados a sus casas de donde nunca debieron salir. A lo más que podrían aspirar es a figurar en el coro de sabios doctores de representarse en el Liceo 'El rey que rabió'. Y ni eso.
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