Ese tal Iglesias
REBELDÍA MURCIANA ·
Yolanda Díaz ha descubierto que el exvicepresidente es una rémora para su proyecto transversal, ecofeminista, resiliente e indistinguible de una taza de Mr. WonderfulREBELDÍA MURCIANA ·
Yolanda Díaz ha descubierto que el exvicepresidente es una rémora para su proyecto transversal, ecofeminista, resiliente e indistinguible de una taza de Mr. WonderfulEsta semana procedía un artículo sobre Eurovisión, Carlitos Alcaraz o la ocurrencia nueva de las bajas antifeministas, pero cómo vamos a dedicarnos a lo importante ... si lo urgente apremia sin cesar. Es imposible pensar en cosas mundanas como Chanel o que el nuevo héroe internacional del tenis mundial vaya a ganar Roland Garros diciendo «¡Viva Murcia!» cuando al oeste de Galapagar vive una estrella atormentada por el devenir de España.
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El mundo gira, pero Pablo Iglesias sufre mucho en él, y como muy a su pesar ya nadie le dedica ni medio párrafo de su columna, creo que, por caridad cristiana, podemos analizar juntos lo dura que es la vida de un exalguien que estuvo a punto de serlo todo hasta que le aburrió sobremanera serlo.
No voy a escribir la trayectoria del sujeto porque la conocen de sobra y aquí no hemos venido a rememorar, sino a analizar. Pero lo cierto es que el 4 de mayo de 2021, el que venía a asaltar los cielos desde una VPO de Vallecas, que en Murcia es como hacerlo desde el otro lado de las vías del tren, acabó desterrado y casi extraparlamentario para sufrir el resto de su vida en la equivalente a una mansión de lo mejorcito de Altorreal. Que no está nada mal esto de venir a combatir la casta y pasar de lo más humilde a una casa que ya quisiera Tomás Frutos o Amancio Ortega si se precia, pero es que el comunismo es muy duro y tampoco es cuestión de sufrir.
Pero bueno, su sufrimiento de hoy no tiene que ver con las incomodidades de tener una piscina que parece un lago ni de la casa de invitados que adorna el mismísimo centro de su parcela. La historia viene porque hace un año, como todo macho alfa que se precie, decidió que su mujer, Irene Montero, no iba a heredar Podemos, y de facto tampoco su mejor amiga, Ione Belarra. En análisis más profundo de la personalidad del personaje parece normal, que no es lo mismo que te corroa la envidia por el éxito de alguien de tercer grado que tener que despertarte cada día al lado de lo que nunca más volverás a ser.
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Pero como en toda herencia teledirigida, el hijo de Saturno acaba devorándole sin que al final se pueda hacer demasiado por salvarlo. Y Yolanda Díaz, tocada por el dedo divino cuando Pablo Iglesias aún tenía coleta, ha descubierto que el exvicepresidente es una rémora para su proyecto transversal, ecofeminista, resiliente y de tanto humo que ya es indistinguible de una taza de Mr. Wonderful. Debe de ser terrible eso de pensar que te puedes retirar a ser algo así como una autoridad moral ancestral que te permita ganar mucho dinero y comentarlo todo sin ninguna responsabilidad pero moviendo los hilos de tus oligofrénicas marionetas para acabar descubriendo que la Fashionaria prefiere al imberbe Errejón que a cualquier ser humano que aparente tener cierta simpatía por el color morado.
Y es que después de todos estos años de servicio a la nación que no ha cambiado absolutamente nada desde que él llegó, pero que le ha permitido salir de la cutrez de vivir en un piso en el que comparte pared con otro vecino, ahora resulta que sus apariciones en las tertulias de la SER y sus artículos en prensa regional le importan a aproximadamente las mismas personas que mis columnas en LA VERDAD, con la diferencia de que a mí me lee mi tío Cefe y no creo que él tenga lectores tan eruditos ni por error.
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Pero cuando cada mañana veo sus comentarios en redes sociales, con los cortes de sus vídeos jaleados por sus fans melancólicos, que es algo así como escuchar Mecano para acordarnos de cuando todos éramos más rebeldes, felices y vestíamos peor; pienso en que la vida debe de ser un lugar inhóspito y muy duro para alguien que estuvo a punto de pasar a la Historia de España como una de las personas clave en el cambio de ciclo político y sociológico que vivimos desde la segunda década de los 2000.
Y al final, un año después, parece que lo único que le queda a Pablo Iglesias es que en una columna horizontal del periódico que leen en Murcia escriban que ese señor del que usted me habla, cuyo nombre casi ni me apetece recordar, hubo un tiempo en el que fue alguien. Ahora, como somos los demás, ya no es nadie.
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