El desarrollo de la democracia y, con ella, el del Estado de las autonomías nunca ha supuesto, en el caso de la Región de Murcia, ... el germen de una identidad fuerte. Como es sabido, en las sucesivas encuestas que se han venido realizando sobre identidad y pertenencia en las diferentes autonomías, la Región de Murcia siempre destacaba por ser aquel territorio en el que un mayor número de ciudadanos se identificaban con la idea de España. El lema 'antes españoles que murcianos' ha prevalecido, durante mucho tiempo, como el principal elemento vertebrador de una región en la que jamás ha prendido la llama regionalista –y, por lo tanto, mucho menos la nacionalista–. Sin embargo, he aquí que, durante los últimos tiempos, López Miras ha activado un discurso identitario que, siquiera por la ruptura que entraña de relatos anteriores, requiere ser examinado con cierto detenimiento.

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Durante el discurso pronunciado durante la pasada celebración del Día de la Región, López Miras intercaló afirmaciones que precisamente no pecaban de ambigüedad. En él, hacía referencia a una comunidad autónoma con «la moral alta y una decidida voluntad de afirmarnos como región histórica y con historia». A renglón seguido, el mandatario murciano remachaba esta idea con la apelación a construir una región «con una identidad definida y un sentimiento de pertenencia arraigado». Quizás nunca hasta el momento un presidente de la Región de Murcia había reivindicado, de una manera tan explícita, la necesidad de un sentimiento identitario que fuera más allá del tradicionalismo característico de esta tierra. Este 'tradicionalismo' –no lo olvidemos– tiene, además, una escala municipal más que regional. Las tradiciones son vividas desde una perspectiva local –ciudad, pueblo–, por cuanto la noción de 'lo nuestro' ni siquiera ha sido lo suficientemente amplia como para abarcar a todos los ciudadanos de la Región. La ausencia de un proyecto regionalista obedece, en lo concerniente a esto, a una realidad tan palmaria como indiscutible: la Región de Murcia es un crisol de microidentidades que conviven entre sí, pero que nunca han sabido o querido servir de fundamento para un proyecto de pertenencia superior. Afortunadamente.

Lo que para algunos sectores pudiera constituir un factor de debilidad, para mí siempre ha sido la gran virtud de esta región: su identidad débil. Cualquier proyecto identitario es regresivo, esconde un sustrato de violencia y, en última instancia, opera mediante exclusiones. Habitualmente, un gobernante recurre a los discursos identitarios cuando carece de ideas que legitimen su gestión diaria. Cuando el día a día está perdido, nada mejor que recurrir a la historia. Si, por añadidura, nos encontramos en un contexto en el que la ultraderecha se ha apropiado del sentimiento de identidad español, y el ondear de banderas por parte de la derecha moderada parece un triste remedo del vigor patriótico con el que los 'voxers' sacan a pasear la enseña nacional, es lógico que el margen que le queda a López Miras para jugar a la 'seducción identitaria' sea el de la escala regional. Ahora toca ser más murcianos que nunca. De hecho, el empleo de muletillas populistas y naifs como «la mejor tierra del mundo» conlleva una redefinición de la Región de Murcia como un absoluto incomparable e insuperable, priorizado por la fortuna histórica y la selección de las especies.

No tabiquemos el fluir de la vida con discursos identitarios que solo pueden conducir a lo peor

Pero no todo acaba aquí. El discurso victimista en el que López Miras ha fundamentado su estrategia de gobierno es el mismo que el utilizado por el nacionalismo catalán para justificar su belicismo: «Madrid nos castiga». Culpar al Gobierno central de todos los males que padece la Región de Murcia supone establecer una clara diferenciación entre 'los de dentro' –los buenos– y 'los de fuera' –los malos–. De hecho, el pasado martes, durante su discurso en el Debate del Estado de la Región, López Miras intercaló una frase muy relevadora a este respecto: «Nadie vendrá de fuera a decirnos qué debemos hacer». El 'afuera maligno' –cuyo rostro visible es el injusto centralismo que ahoga e interfiere en el destino de «la mejor tierra del mundo»– es un ejemplo paradigmático del peor tipo de procesos de construcción identitarios, en los que lo importante es preservar a toda costa una 'libertad local', desgajada del conjunto opresor. Obsérvese, en este sentido, cómo este discurso identitario de corte regionalista va acompañado de una estrategia de singularización legislativa que, en el caso de la Región de Murcia, se ha traducido en una 'identidad educativa' propia –desafiando a la Lomloe mediante continuos actos de insumisión y deslealtad– y, más recientemente, en una 'identidad fiscal' –blindando la autonomía fiscal de esta comunidad autónoma–. Lo paradójico –por no decir contradictorio– de tal singularización legislativa es que no se compadece con la exigencia de vertebración y solidaridad nacional que preside el discurso del agua y, más específicamente, del Trasvase. O convergemos o nos segregamos. Pero ambas cosas a la vez y al antojo de un dirigente atrapado por su incapacidad de gestión resulta cuanto menos sonrojante. No tabiquemos el fluir de la vida con discursos identitarios que solo pueden conducir a lo peor.

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