La función esencial del hospital, desde su concepto forjado en las hospederías aledañas a los monasterios medievales hasta la actualidad, es la procura para remediar los estragos de la enfermedad. Su quehacer cotidiano se ha visto por razones obvias realzado en estos tiempos, al asumir ... un destacado protagonismo público. Ante la desmesurada presión a la que han estado sometidos –por lo que se barrunta sin visos de finalizar– han respondido con eficacia y fiabilidad. Se han visto impelidos a reorientar su labor, sin descuidar su misión para abordar los retos de cualquier condición de deterioro de la salud.
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En un ejercicio literario, especulativo, podríamos vislumbrar de modo general que, en los hospitales generales, están representadas las diferentes etapas por la que transita la vida humana, desde el nacimiento hasta la muerte. Todo comenzaría en esa perspectiva imaginada en las salas de partos y enfermedades infantiles. De ahí, en un recorrido por los estadios intermedios están las salas y pabellones dedicados a tratar de restaurar la integridad perdida. O, al menos, paliar sus consecuencias. Es una travesía de carácter físico, pero también espiritual en la que aflora una gama exhaustiva de estados emocionales. Desde la alegría por las nuevas vidas, al desconsuelo de las enfermedades graves, hasta el duelo por la muerte, una realidad cotidiana, habitual en sus salas.
Ese significado esencial de la función del hospital –derivado de su etimología, como sitios de acogida a huéspedes, en este caso enfermos– ha evolucionado con la civilización, abriéndose a diferentes cometidos. Ya sea como centros educativos del conocimiento sanitario, en una transmisión encadenada, ininterrumpida, desde profesionales curtidos, experimentados, hacia nuevas generaciones de aprendices sanitarios de todo tipo y condición. Con el impulso de la investigación, afrontando nuevas perspectivas para tratar la enfermedad. En una progresión hacia el futuro, que cada día añade nuevos avances, como atestiguan tantas soluciones impensables hace no tanto, solucionando procesos clínicos de extraordinaria complejidad. O al implicarse en técnicas audaces en entidades tenidas por irreversibles, acotando etapas provechosas, en un continuado esfuerzo para restaurar el daño del cuerpo, sin descuidar el del espíritu contrito.
En su estructura se trata de edificaciones destacadas sobre el entorno ciudadano, enhiestos símbolos, como faros y guías que irradian esperanza para restaurar la salud perdida. En una entrega confiada en manos de sus profesionales, que supone un acicate para perseverar en su tarea a cuantos desempeñan a diario sus funciones. Desde diferente perspectiva cabe preguntarse acerca de las sensaciones que despiertan estos recintos a quienes acuden con el membrete de visitantes. Por razones diversas, la más común acompañar a familiares o amigos ingresados, o de forma altruista como voluntarios, para amparar a dolientes solitarios. Es palmario que estas personas, ajenas a la rutina cotidiana de la institución, sienten asimismo un caudal de emociones encontradas. Quizás en ellas prevalezca una angustia desesperanzada, por las circunstancias de gravedad de los allí ingresados. Son oscilaciones del estado de ánimo que, incluso, merecen interés poético, por la riqueza emocional que depara contemplar dolor y sufrimiento ajeno, raíces esenciales de la expresión literaria al aflorar los sentimientos del yo profundo. Como en una bella oda de Philip Larkin, uno de los más destacados poetas británicos del pasado siglo XX. Autor en el que reluce una vertiente en su obra poco convencional y rara en las expresiones liricas más tópicas. Como sucede en poemas dedicados a glosar las virtudes del estado de bienestar británico, en una curiosa, por sorprendente aproximación a edificios de hospital, ambulancias o salas de espera. En versos atribuidos por la crítica a una ardorosa defensa de la recién instaurada joya de la corona británica, el Servicio Nacional de Salud Británico, creado al finalizar la Segunda Guerra Mundial como paradigma del Estado de bienestar. Una entidad modelo para las distintas iniciativas nacionales para la cobertura generalizada de la atención sanitaria a la población.
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No solo de tecnología y de grandes prestaciones se vive en los hospitales. Como reflexiona en el poema 'El edificio' (The Building), donde trata de captar el aura inmaterial que flota por doquier e impregna a quienes hacen uso de sus servicios como enfermos y acompañantes. En las habitaciones, en las salas de espera, los pasillos o las distintas dependencias esperando diagnóstico o remedios. Los internados sienten inquietud, impaciencia, miedo, esperanza, dolor, sufrimiento, en un aura emocional trasvasada a sus deudos. Estados acentuados ante la omnipresente pero siempre tácita, callada, figura de la muerte. Como dice Larkin en sus 'Visitas hospitalarias', «finalmente al hospital/fue confinado este hombre/donde las pantallas se apoyaban en la pared/y colgaban audífonos ociosos/puesto que pronto estaría muerto/permitieron que su esposa viniera / y todos lo días le sirviera el té...».
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