Hablar rápido es de pobres. En algún sitio lo escuché, no recuerdo dónde. Quien fuera que lo dijera explicaba que las personas no privilegiadas (las llamaba 'pobres' para redondear el impacto de su afirmación) deben aprovechar las escasas ocasiones en las que encuentran un escenario ... donde proponer sus demandas. El capital relacional se presenta como un intangible al que estos 'pobres' tienen un acceso limitado. De modo que siempre que se presente la ocasión ante un interlocutor-facilitador, el pobre-clase-media debe estar muy ágil, despejar su discurso de descripciones densas e ir al grano. Es un arte: saber pedir lo que quiere y hacerlo con desparpajo. Rápido pero sin mostrar ansiedad.
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Leyendo a Byung-Chul Han reoriento esta frase y hago extensible este hablar rápido como algo propio del 'sujeto de rendimiento': un individuo precario posmoderno configurado en un contexto pre-industria 4.0. El concepto de eficiencia transferido de la máquina al individuo en una explotación de sí mismo 24/7 como forma de vida. Falso autónomo según la jurisprudencia, emprendedor@ en LinkedIn. Este sujeto ya no debe (solo) convencer a otros en momentos concretos. Tampoco le apremia (solo) venderse bien en una entrevista de trabajo, ni demostrar en tiempo limitado a sus supervisores su valía para procurarse un ascenso. El individuo hecho a sí mismo debe convencer a muchas personas durante todo el tiempo. Debe, además, y esto es lo más costoso, estar convencido de su proyecto en todo momento.
Vuelvo a referirme al paradigma LinkedIn como escaparate del sujeto de rendimiento. Si uno se pasea por esta red social encontrará toda una colección de las mejores actitudes. CEO de su marca unipersonal que comparten lecciones sobre liderazgo y responsabilidad social corporativa. Vídeos para el perfeccionamiento de habilidades directivo-técnico-altruistas que toman prestados valores deportivos saturados de jerga castrense. Disciplina y superación individual, pero al mismo tiempo empatía y trabajo en equipo. Actividades profesionales que parecen ser hobbies y verdaderas vocaciones descubiertas ya en la infancia. Sujetos de rendimiento predestinados a ser lo que cuentan ser, que comparten sus itinerarios individuales con pretensión universalista. ¿Y el fracaso? Una oportunidad: Sísifo con portátil y cafetera exprés.
En este universo de emprendimiento y precariedad del siglo XXI hay una figura paradójica que me interesa analizar. Un individuo que he convenido llamar 'homo rider'. A saber, el repartidor y repartidora a domicilio que trabajan para alguna de las plataformas que se identifican por sus mochilas de colores. Jugando con la definición de Carnelutti sobre el convenio colectivo (un híbrido con cuerpo de contrato y fuerza de ley), el 'homo rider' se me antoja un precario con pretensiones de emprendedor. Una malformación irónica de la lógica 'yo no soy tonto'; un 'homo economicus' maniatado que desconoce, o no quiere admitir, su precariedad porque su actividad es ya su identidad; un engrudo hecho de 'mcdonalización' del empleo, préstamos sin intereses para estudiar un máster, tarifa plana de autónomo y globalización. Uno no sabe si al hacerle un pedido le ayuda a sobrevivir o contribuye a la consolidación de su precariedad.
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Llevo meses entrevistando a personas que trabajan para alguna de estas plataformas de reparto a domicilio, tratando de entender el funcionamiento de este servicio y conocer la percepción que tienen de su actividad. ¿Asalariado o autónomo?, suelo preguntar en primer lugar. Por supuesto, asalariado, dicen algunos. Y me explican que la aplicación que utilizan para recibir los pedidos les sanciona si no atienden en determinadas franjas horarias. En ese caso, suena a subordinación a un tercero que organiza y supervisa su actividad. Otras personas lo entienden como una actividad flexible que les permite «elegir horas», incluso un sobresueldo que completa el salario de otra actividad. Sin embargo, la mayoría coincide en que cada vez son más. «No hay pedidos para todos», me dice un entrevistado. Me lo describe en términos hobbesianos: todos contra todos tratando de acaparar pedidos. Me explica que para tener ventaja ha localizado puntos concretos donde situarse para recibir los encargos antes, donde al parecer llega mejor la señal y se anticipa al resto. Estrategia y conocimiento acumulado del rider. «Sobra gente», termina diciendo.
Estos días se ha publicado el Decreto Ley que garantiza a los 'riders' la condición de asalariado. La norma incluye la consideración de la inteligencia artificial en la relación laboral: al parecer, el jefe va en el bolsillo mientras pedalean. Es curioso (aunque esperado) que haya quienes prefieren mantener una relación mercantil. Defienden la flexibilidad de la plataforma, «ganar dinero sin restricciones». Es el mercado, amigos. En palabras de mi colega Gilabert: «Distintas culturas laborales».
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