He oído decir a dirigentes catalanes que los retrasos de los trenes demuestran que la situación de las rodalies es tercermundista. También he escuchado que ... la suciedad de las calles en España es propia del tercer mundo y a un señor quejarse de que la tardanza del médico en atenderle en su cita era cosa tercermundista.

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Y yo a todo esto me pregunto: ¿sabrá esta gente lo que es el tercer mundo? ¿Acaso nos hacemos una idea cabal de lo que es tal cosa? ¿Nos hacemos una idea de aquellos países dejados de la mano de Dios, de aquel inmenso espacio infrahumano en el que solo es posible la desdicha, de aquellos lugares donde la pobreza se da de la mano con la miseria y el bienestar público ni existe ni se le espera?

No es que me parezca bien, claro, que los trenes en España tarden, que las calles no estén como una patena o que tu cita médica se retrase. Y tenemos derecho a denunciarlo y a reivindicar la solución para esos problemas porque afortunadamente en nuestras latitudes tenemos la bendición de la ciudadanía y es sano ejercerla.

Lo que pretendo decir es que no es bueno perder la perspectiva de comparación. Y que creo que el caos en la red catalana de cercanías, la suciedad puntual en algunas calles o los retrasos en las citas médicas son, más bien, una 'crisis primermundista' que se genera precisamente porque nuestro nivel de desarrollo está siempre al límite de colapsar los servicios públicos. A lo mejor, por fortuna y agradeciendo el trabajo de las generaciones que nos antecedieron y que se lo trabajaron duramente, nuestras sociedades de hoy en día se han acostumbrado a un altísimo grado de bienestar que no tolera ni las pequeñas incomodidades.

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Discúlpenme la demagogia y los lugares comunes, pero creo que, frente a nosotros, la inmensidad mestiza de la tierra se puebla de sociedades que no tienen la suerte de tener nuestros tremendos problemas. Difícilmente los periódicos de Burkina Faso informarán sobre la suciedad de unas calles que no conocen el concepto de barrendero. También supongo que sería Imposible sería ver en Haití colas de hombres trajeados informándose frente a monitores digitales que indican pavorosos retrasos ferroviarios de dos horas, o mendigos de la India indignados porque el médico, que no tienen, tardará una hora en atenderlos.

El caso es que asusta la asimetría en la que vivimos en este mundo, subleva el diagnóstico de las desigualdades y estremecen los datos de la miseria en lo que sí que es de verdad el tercer mundo.

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