Cuando parecía que salíamos del túnel, afloran nuevos contratiempos, ahora relacionados con el recorte en el suministro de las vacunas para la Covid-19 (hasta ... en un 60% en el caso de AstraZeneca). Esta interrupción en el ritmo de abastecimiento de las dosis pactadas por los laboratorios sume en el desánimo a la ciudadanía española y alimenta las invectivas de las comunidades autónomas contra el Gobierno central, al tiempo que se cuestiona la estrategia de compra conjunta desarrollada por la Unión Europea (UE). Lo cierto es que, pese a estos problemas iniciales de suministro, los acuerdos de compra anticipada suscritos entre la Comisión Europea y las compañías farmacéuticas representan un éxito sin precedentes. Sin estos acuerdos en la UE y sus equivalentes en EE UU es seguro que no se habría logrado culminar la hazaña histórica de tener en el mercado varias vacunas en tan solo 11 meses, cuando el tiempo medio que lleva el desarrollo y autorización de una nueva vacuna es de más de 10 años. Y eso con suerte: reparemos en la fallida (hasta el momento) búsqueda de una vacuna para el VIH tras décadas intentándolo.
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Así que el desarrollo de las vacunas para el coronavirus representa una proeza científica (hay seis tecnologías distintas de vacunas, alguna de ellas completamente inédita, como es el caso de las vacunas de ARN mensajero), pero también política (en total los diferentes laboratorios han recibido no menos de 10.000 millones de dólares para estimular el desarrollo de las vacunas candidatas) y, por supuesto, económica, ya que los acuerdos de compra anticipada eliminan la incertidumbre comercial para ambas partes, gobiernos y laboratorios. En estos acuerdos lo que se pacta es una opción de compra: si las farmacéuticas fracasan en el desarrollo de las vacunas, estas asumen el coste de la inversión efectuada; pero si tienen (como ha sido el caso) éxito, están obligadas a vender las cantidades acordadas a un precio razonable. Un precio que sabemos (por la indiscreción de la secretaria de Estado de Presupuestos belga) que es muy inferior al que se paga en otras latitudes y mucho más bajo aún del que, en ausencia de este tipo de precontratos y de las ayudas públicas entregadas, cobraría la industria farmacéutica para asegurar la rentabilidad de su inversión.
Lo dicho hasta aquí no obsta para reconocer que las compañías farmacéuticas juegan a la discriminación de precios (de ahí que exijan confidencialidad en los contratos suscritos), fijando distintos precios a diferentes países. Por ejemplo, el precio de la dosis completa de la vacuna de AstraZeneca en Sudáfrica duplica al acordado para la UE. ¿Pueden ahora imaginar los lectores el mercado persa en que se habría convertido la oferta y demanda de estas vacunas de no haber existido estos novedosos acuerdos? Con ellos se ha logrado ordenar hasta cierto punto las reglas del juego, evitando una competencia salvaje, facilitando, por el contrario, como expliqué antes, el desarrollo de una pluralidad de vacunas, algunas de ellas (las de ácidos nucleicos) adaptables de una forma relativamente fácil a las nuevas variantes del coronavirus que están emergiendo y que, con seguridad, no tardarán en ser dominantes en la mayor parte del mundo (la variante británica ya está presente en más de 80 países).
No nos dejemos llevar, por tanto, por una especie de 'nacionalismo vacunal', pensando únicamente en clave local; antes bien, tengamos presente que de este desafío que encarna la amenaza de la Covid-19 ha de salir airosa toda la humanidad en su conjunto, ya que el coronavirus no diferencia entre paisanos y extranjeros, y mientras pulule en algún confín del mundo sin control no habrá seguridad para nadie, por muchas vacunas de que dispongamos en nuestro municipio, región y país. La frustración que legítimamente sienten muchos ciudadanos obedece más bien a unas expectativas poco realistas, generadas imprudentemente desde instancias europeas y gubernamentales, así como a las estrategias comerciales de los productores (atendiendo preferentemente al mejor postor, como el Reino Unido), antes que al fracaso de las tentativas, como la impulsada en la UE, de regulación del mercado farmacéutico. No nos equivoquemos.
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De ahí la importancia de transmitir con franqueza a la ciudadanía los riesgos que aún nos acechan, pese a contar ya con vacunas seguras (ni un solo fallecido por reacción adversa en todo el mundo) y efectivas (un 94% de efectividad en casos sintomáticos con datos reales). Esta y no otra es la asignatura pendiente de nuestros dirigentes: preparar a la población para un todavía largo periplo en la zozobrante marea de la pandemia.
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