La memoria es algo peligrosísimo. Dice un autor en su reciente libro sobre la Guerra Civil española sobre la confraternización entre las trincheras de ambos bandos. Que ocurrió realmente, aunque la memoria solo traiga evocaciones del mutuo cainismo asesino. La memoria es como un presidente ... del Gobierno español: miente tanto que no recuerda sus propias mentiras.
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No se refiere el autor a la 'memoria histórica', manipulación a sabiendas siguiendo una agenda perfectamente marcada, sino a la otra memoria, de lo que uno cree acordarse, la de buena fe. La vista es el sentido más pobre en el 'homo sapiens' y de lo que pensamos haber visto se compone la mayor parte de nuestra memoria. Comparativamente a otros muchos animales, no vemos más allá de nuestras narices. Solo estamos un escalón por encima de los topos o los gusanos de la harina. Y lo que hay antes de nuestras narices pensamos que lo vimos pero nos lo vamos inventando. Solo en la vejez muy avanzada, cuando uno vuelve a ser niño, recuerda otra vez con toda exactitud lo que sí ocurrió setenta, ochenta años antes. La Historia es el cuento de lo que no pasó contado por alguien que no estuvo allí. La memoria, peor, es el cuento de lo que no pasó contado por alguien que sí estuvo allí.
Es admirable, por el contrario, la precisión eterna de otros sentidos humanos. Aquellos con los que podemos competir con los grandes depredadores. El sentido para advertir el sabor, el olor. Y su inalterabilidad en nuestra mente. No tenemos el olfato potente como un lobo, pero, por más tiempo que haya transcurrido, podemos acordarnos mejor que éste. Al contrario que la memoria visual, que es buena parte de todo aquello con lo que componemos nuestros recuerdos, el olor y el sabor no admite falseamientos. Es exacto a cómo fue. Hace unos años tuve una especie de 'shock' por bucle temporal. Fue por algo sin importancia. La auténtica memoria no distingue lo importante de lo que no lo es. De pronto me llegó el preciso olor que tenía el friegasuelos del pasillo de mi colegio mayor en Sheffield, Inglaterra, siendo niño allá por los años 70. Fue violento hasta las lágrimas. Había pasado una vida. Por mil vidas que pasaran, no estaríamos engañados. El sabor de un plato que un día, y solo uno, cocinó la bisabuela. Un antiguo olor al pasar. En mi primer viaje a Cuba sufrí otro intenso bucle temporal. Fui trasladado a la costa mediterránea de mi infancia. Supe por qué: la combinación química entre el aroma de ciertos arbustos y el calor que hacía temblar el aire sobre el plomo de la gasolina sin refinar. «¿Recuerdas el olor a siglo XIX?», escribía un poeta. Los que lo vivieron no son capaces de alterar lo que realmente ocurrió.
La memoria es peligrosísima, sí. Mentirosa, a veces por supervivencia personal. Pero solo es peligrosa en lo que creemos que vimos; no lo que olimos, ni lo que paladeamos. Ahí la memoria es monumento a la eternidad. Hecho de piedra cósmica que nunca, ni con nuestra desaparición física, cae en ruinas.
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