Si hay una asignatura pendiente y confesable en mi vida es el tema de los idiomas. Mi inglés, después de haber pasado por unas cuantas academias, profesores y cafés donde una se relacionaba con nativos, sigue siendo penoso. No es que no haya puesto interés. ... Lo he hecho. En mi coche siempre tenía conectada la emisora del Míster Vaughan, ese inglés que se empeñó en decirnos a los españoles que estaba chupado lo de hablar con acento de Oxford. Pero a pesar de repetir las frases como si tuviera un caramelo de tofe en la boca nunca conseguí articular una que se me entendiera a la primera. Con el tiempo abandoné, acepté mi incapacidad y me instalé una aplicación en el móvil que lo traduce todo.
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Por eso, cuando leí en un artículo de 'The Washington Post' que había un hombre de 46 años, que vive en Washington y trabaja para una empresa de limpieza de alfombras a domicilio, y que habla con más o menos fluidez la friolera de cuarenta y cinco idiomas, casi me da un ataque. El hiperpolíglota en cuestión tendía a ser modesto y decía que solo dominaba diez idiomas, pero que era capaz de hablar y escribir en otros tantos, aunque podía tener una conversación básica en el resto de ellos. El hombre daba una serie de consejos: tener interés, mantener una pequeña conversación diaria y no abandonar. Por supuesto, los vagos consejos no me sacaron de mi frustración. Llevo años dándole a la lengua de Shakespeare y no he tenido cambios relevantes en mi acento macarrónico.
Una neurocientífica cognitiva especialista en el lenguaje, Evelina Fedorenko, a quien le interesa el fenómeno de los políglotas, se decidió a estudiar a este hombre. Pensé que ella iba a darme la solución, pero me decepcionó averiguar que lo único en común entre el limpiador de alfombras y otros políglotas era que su zona cerebral para el lenguaje era más pequeña. La doctora no dio la fórmula, ni los datos que figuraban en el mapa del tesoro. Hablaba de hipótesis y contrahipótesis sin soltar prenda. Simplemente aconsejó a los niños aprender varios idiomas y citó a Nelson Mandela: «Si quieres hablar con el cerebro de una persona, habla en cualquier idioma pero si deseas conectar con su corazón debes hablarle en su idioma nativo». Yo eso siempre lo he entendido. La lengua materna construye un territorio, pone nombre a las cosas y lo imprime de emociones que jamás olvidamos. Finalmente, el cerebro seguirá guardando sus secretos, nos esconderá su proceder recordándonos que no todo es ciencia. He aceptado que cuando vaya por el mundo anglosajón llevaré un susurrador como los políticos, al fin y al cabo pertenezco a la generación del doblaje.
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