Los políticos que comparten partido suelen abrazarse efusivamente en público y jurarse fidelidad eterna. Pero una cosa es la imagen de unidad que la profesión exige mostrar y otra muy distinta lo que suele ocurrir dentro, donde las diferencias de criterio y las pretensiones suelen ... chocar, provocar desavenencias y hacer saltar chispas. Churchill, desde su sabiduría y su experiencia, lo dejó fijado en los anales del partidismo: «Los enemigos no son los que tenemos en la oposición, esos son adversarios; los verdaderos enemigos políticos son los que se sientan a nuestro lado». La actividad política es así, paga este peaje y quizás no pueda ser de otra forma.
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La clave del éxito está en conseguir ocultar las discrepancias y si acaso limitarlas al debate que se establece en los congresos. Todos los protagonistas suelen saber muy bien que exhibir sus diferencias, y nada digamos sus reyertas, desagrada a los fieles, aleja a los simpatizantes y, en definitiva, acaba costando votos. Esto ocurre en la inmensa mayoría de los partidos incluidos los monolíticos, como los comunistas u otro tipo de dictaduras. En España lo hemos visto en la etapa de la UCD, que así terminó rota en mil pedazos.
Ahora lo estamos viendo, y no sin extrañeza, en la crispación que se vive en el Partido Popular, un partido serio, con tradición y perspectivas de gobierno, que de pronto está haciendo una exhibición de enfrentamiento entre la presidenta de la Comunidad de Madrid y el propio presidente del partido, que asombra y hasta escandaliza. No es sorprendente que una líder a la que se le ha subido a la cabeza su triunfo aplastante en las elecciones autonómicas quiera tener más protagonismo dentro de la formación: lo que sí raya en lo increíble es que las ambiciones y el desentendimiento salgan a la luz pública y se conviertan en un espectáculo insólito que perjudica las expectativas del partido.
Es sin duda una situación que deja la duda de a quién puede beneficiar y la única conclusión que queda en el ambiente es que se trata de una consecuencia de la inexperiencia. La juventud no monopoliza todas las ventajas. Casado y Ayuso son dos promesas, pero están revelando que carecen de sentido pragmático. No se explica que ambos tengan que moverse por la vida pública jugando al escondite para evitar fotografías comprometedoras y menos que no sean capaces de sentarse en privado a hablar, a discutir y negociar hasta levantarse, sin abrazos si no hay cámaras, pero sí con el compromiso de poner fin a su 'guerra' personal. Precisamente la política es una actividad cuyo principal objetivo es encontrar soluciones para los conflictos.
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