El gran carnaval
MAPAS SIN MUNDO ·
Incluso en los peores momentos, con toneladas de peces muertos, la destrucción del Mar Menor no ha conseguido escalar a primera e indiscutible noticia nacionalMAPAS SIN MUNDO ·
Incluso en los peores momentos, con toneladas de peces muertos, la destrucción del Mar Menor no ha conseguido escalar a primera e indiscutible noticia nacionalLa catástrofe natural de la isla de La Palma ha capitalizado toda la atención mediática y política de la última semana. Y no es para ... menos. El drama de cientos de familias que han visto cómo su hogar y su medio de trabajo han sido engullidos por el avance implacable de la lava constituye un hecho de tal magnitud que requiere de toda la solidaridad y empatía que, como sociedad, seamos capaces de ofrecer. Hasta aquí, todo correcto. El problema viene dado cuando, entre la generosidad y las buenas intenciones, se cuelan otros intereses espurios que terminan por desvirtuar esta ética del auxilio. Durante estos últimos días, hemos comprobado –en ocasiones, con auténtico bochorno– cómo el ejercicio de la información y de la presencia política ha derivado en una gestión morbosa y amarillista del desastre que, por momentos, parecía dejar las vicisitudes de los afectados en un segundo plano.
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Las cadenas de televisión y de radio han desplazado a muchas de sus principales estrellas, que han situado sus sets a pocos metros de la devastadora lavada. Lejos de limitarse a describir lo que tenían ante sus ojos, el relato que transmitían traslucía un deseo de más tensión y más drama. Sus voces se afectaban hasta puntos en los que el espectador/oyente se preguntaba si lo que de verdad perseguían era un premio a la mejor interpretación o una información de calidad. Hemos visto a reporteros encararse con los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado para que les dejasen traspasar el perímetro de protección establecido. La búsqueda del vulcanólogo –que, por unos días, ha eclipsado al virólogo como profesional de moda– se ha tornado por momentos patética. De repente, todos los opinadores de este país mostraban tales conocimientos de vulcanología, que, circunstancialmente, nos podían llegar a convencer de que, desde jóvenes, estaban leyendo sobre volcanes y que no se habían limitado a mirar, minutos antes, la Wikipedia. A las pocas horas de comenzar a erupcionar el volcán, el ejercicio de la información se había ocluído y opacado, para transformarse en una máquina de producir espectáculo que utilizaba la catástrofe natural de La Palma como excusa para lograr otro tipo de objetivos.
Y es una lástima. Porque, en su gran mayoría, el periodismo está compuesto de grandísimos profesionales a los que nada tiene que gustar que su profesión se acabe convirtiendo en una guerra de egos y de intereses comerciales. Cuando, en 1951, Billy Wilder rodó 'El gran carnaval' no imaginaría seguramente que esa gran distopía ideada junto a Lesser Samuels y Walter Newman, se acabaría convirtiendo, setenta años después, en una obscena normalidad que a nadie sorprende. De hecho, el interés mediático despertado por la erupción del volcán de La Palma deja traslucir que, en rigor, las catástrofes y los dramas humanos solo cautivan la atención pública si cumplen unos mínimos requisitos de suspense y espectacularidad. Las coladas avanzando a unos cuantos metros por hora y poniendo en peligro la supervivencia de barrios enteros poseen un componente fílmico que, por ejemplo, no tiene la catástrofe natural del Mar Menor. Incluso en los peores momentos de anoxia, con toneladas de peces muertos en las playas, la destrucción del Mar Menor no ha conseguido escalar a primera e indiscutible noticia nacional. Ninguna gran estrella de la comunicación se ha desplazado a cualquiera de los municipios ribereños para realizar programas especiales. Del Jefe del Estado no se tienen noticias. Y, por supuesto, la nómina de políticos que ha visitado, durante las últimas semanas, el Mar Menor no tiene ni la mitad de glamur que la que ha viajado a La Palma. Aquí no hay agricultores cuyos cultivos hayan sido sepultados por la lava, pero sí que hay pescadores cuyo medio de vida ha prácticamente desaparecido.
A diferencia de La Palma –en donde se ha generado un furor por el 'turismo volcánico' que viene a demostrar la insaciable voracidad experiencial de nuestra sociedad–, las expectativas del sector turístico de la Región de Murcia menguan diariamente como consecuencia de la agonía del Mar Menor. Cierto es que la amargura de los habitantes de La Palma que han perdido, de un día para otro, todo lo que tenían no conoce ahora mismo consuelo. Pero la isla continuará existiendo y, con el tiempo y las ayudas de las diferentes administraciones, esos cientos de familias ahora desolados tendrán una oportunidad de rehacer sus vidas. Sin embargo, en el caso del Mar Menor, se corre el peligro de que un ecosistema único en Europa desaparezca para siempre; circunstancia la cual no parece ser suficiente para que el circo mediático de este país le preste la atención que se merece. Porque, claro está, aquí no hay lenguas de fuego, ni explosiones.
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La realidad del Mar Menor no se parece a ninguna película de catástrofes ni posee la tensión de un videojuego. Los peces aparecen ya muertos en la orilla y no vivimos, segundo a segundo, su proceso de asfixia. A lo sumo, se trata de una imagen asquerosa, no dramática. No me veo a una estrella de la televisión o de la radio paseándose por la orilla del Mar Menor y deleitándose en la descripción de peces asfixiados. Para eso están las jerarquías: para capitalizar las catástrofes con pedigrí y despreciar aquellas otras de origen paria.
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