Dice el Ministerio de Igualdad que las gordas no pueden ir a la playa sin pasar miedo. Usted, que me estará leyendo desde La Manga ... o Mazarrón y probablemente se mire al espejo y encuentre mil y un defectos desproporcionados que a nadie más le importan, seguramente empiece a pensar en cuántas veces ha tenido algún pensamiento siquiera valorativo sobre un gordo en la playa.
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Pero el problema, por supuesto, no es que el Gobierno nos haga creer que la población española es un cúmulo de mal educados sin consideración alguna por los complejos de los demás, sino el número de mujeres que empezarán a mirar de reojo al prójimo con vergüenza a pesar de que jamás se habían planteado si alguien les iba a juzgar por su aspecto físico en la playa.
El famoso cartel de Irene Montero ha sido una calamidad por tantos motivos que ni siquiera merece la pena desglosarlos, pero sin ninguna duda el peor es el que en realidad pretenden: generar unas inseguridades que no existían para proyectarse siendo ellos los únicos con capacidad para proteger a los españoles de unos miedos cuyos provocadores se ofrecen a sí mismos como salvadores.
La apariencia por supuesto que es un tema controvertido, y los complejos no son una invención de la izquierda. Todo el mundo, hasta el más objetivamente guapo, entiende que tiene aspectos de su físico que son mejorables: el peso, el tamaño de la nariz, la forma de los ojos, las manos, las pestañas si quiere. Ser autoexigente, o incluso crítico con uno mismo, es la consecuencia inevitable de encontrarte cada día con la misma persona frente al espejo. Si nos cansamos de pareja y familia imagínense qué le ocurre a usted con usted.
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Pero convertir las dificultades del día a día en asuntos de Estado sobre los que legislar e interceder no solo es peligroso, como hablaremos enseguida, sino que sobre todo es contraproducente. Porque a pesar de que seguro que hay muchas personas que necesitan ayuda para superar defectos que consideran insalvables, generar campañas de propaganda sobre temas transversales que para la amplísima mayoría de la población son banales no conlleva automáticamente un ejercicio de concienciación, sino que por el contrario provoca que muchas personas que no sabían que tenían lo que para el Estado es un problema ahora entiendan que lo tienen.
Les pongo un ejemplo sencillo: en un país con un grado ínfimo de delincuencia, como es España, hacer campañas diarias sobre que las mujeres no podemos volver solas y borrachas a casa sin riesgo de que nos violen no contribuye a que los supuestos violadores dejen de delinquir, sino a que personas que antes vivían sin miedo, con toda la razón para ello, ahora no puedan recorrer 100 metros a oscuras sin un spray pimienta para potencialmente poder rociar al barrendero que pasaba por ahí. ¿Quiere decir eso que no exista violencia contra las mujeres, violaciones o acoso? Claro que no, por supuesto que hay y es una lacra terrible. ¿Generar miedo en las españolas hacia los hombres ayuda a evitarlo? Ni muchísimo menos, ayuda a estigmatizarlos a ellos y a crearle manía persecutoria a ellas.
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El caso de la campaña de la gordofobia, que es el que nos ocupa tanto al Ministerio como a usted y a mí que estamos leyendo esta columna, no va a generar que ninguna mujer se sienta más protegida por ver a una chica con curvas en un cartel del Gobierno, igual que tampoco lo hace que la ministra reivindique la ebriedad como argumento para reforzar su seguridad. Lo que va a provocar es que chicas con objetivo sobrepeso, y otras con subjetivo malestar sobre su físico, ahora piensen que todo el mundo que está a su alrededor les juzga hasta casi expulsarles de cualquier actividad de ocio que implique compartir espacio-tiempo con seres humanos.
Y para las ministras y secretarias de Estado de Podemos que tienen a legiones de fans jaleándolas sin parar inventarse problemas para que sus círculos les apoyen puede ser divertido, pero para las miles de niñas a las que esto les va a arruinar la autoestima el intento de victimización manipuladora del Gobierno es cínica, cruel y criminal.
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Les voy a contar un secreto: a casi nadie le importa nadie. Ni gordo ni delgado ni feo ni guapo. Disfruten de su anonimato a pesar de Podemos y vayan a la playa. Les prometo que hay protección anti-Montero.
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