En alguna ocasión les he dicho en esta página que intento no escribir sobre temas en los que soy un redomado ignorante. Entiendo que hay ... quien se siente como pez en el agua perorando sobre lo que desconoce, pero, tristemente, esa no es una de mis habilidades. Sin embargo, en esta ocasión ha sido más fuerte mi inquietud con la situación de la energía y les hablaré sobre energía y gases.
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De niño, en casa había una cocina de leña en la que mi madre cocinaba y servía para calentar la estancia. Durante años ayudé a mi madre a traer sacos de leña que llevábamos uno de cada lado, ocupando la acera, desde una serrería. Muchas otras familias utilizaban en las mismas cocinas el carbón, que a mí me parecía algo más sucio, pero era sin duda más efectivo. Mis recuerdos de la carbonería son unos hombres renegridos acarreando sacos por una montaña de carbón. En la jerarquía infantil, los que usaban carbón estaban por encima de los de la leña, hasta que llegó el gas.
Lo que se llamó gas ciudad supuso un cambio muy relevante en la vida de las familias al llegar canalizado a la casa, evitar el transporte del combustible y ser más limpio y cómodo. Las ciudades tuvieron sus calles en obras durante años para instalar las conducciones. En los primeros tiempos no llegó a todos los sitios y en las barriadas obreras se pasó del carbón al butano, también gas licuado, pero que seguía requiriendo el transporte de las bombonas. El gas ciudad dio paso al gas natural, que en la época se presentó como un paradigma de energía limpia que la sociedad abrazó con alborozo. Abundante, barata y en la puerta de la casa.
España se hizo un gran consumidor de gas con la puesta en marcha de plantas regasificadoras en los años 70 y 80 del siglo pasado que recibían gas de Libia y Argelia en barcos. La situación se consolidó con la construcción de los gaseoductos del Magreb que empezaron a funcionar en 1996 y en 2011 para traer el gas argelino. Las infraestructuras para el consumo de gas están listas, pero el gas lo producen otros, lo tenemos que comprar y nos lo tienen que vender. Como bien saben, el precio del gas se ha multiplicado por casi 10 desde principios de este año. Y, por diversas razones que se parecen a una especie de tormenta perfecta, la cosa tiene mala pinta y pone bien de manifiesto nuestra secular dependencia.
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Me parece que la política energética, que debería ser una prioridad de estado, ha dado bandazos y ha sido mala, inexistente y llena de despropósitos, o quizás simplemente ha servido a grandes intereses particulares más que al colectivo. La oportunidad perdida para ser independientes energéticamente fue el uso de la energía nuclear. En los años 70 se pusieron en marcha las centrales nucleares españolas con un plan ambicioso que finalmente quedó en un despilfarro. El gran ejemplo puede ser la central de Lemoniz, que estando prácticamente terminada nunca llegó a ponerse en marcha. Aparentemente, el terrorismo se arrogó la decisión final sobre este asunto asesinando a personas vinculadas con la central y haciéndonos pagar a todos los españoles durante décadas la factura. Nuestros vecinos franceses sí completaron buena parte de su programa nuclear produciendo energía sin emisiones que nos venden. No queremos bajo ningún concepto una central en la costa vasca, pero no pasa nada si está a pocos kilómetros de la frontera. Lo cierto es que si ocurre un improbable accidente en las centrales del sur de Francia no nos protegerán ni los Pirineos, ni el Bidasoa.
Con el gas también hemos tenido extraños comportamientos. Resulta que en la Península tenemos reservas de gas abundantes que se pueden extraer con la técnica de fracturación hidráulica (conocida popularmente como 'fracking'). Pero, al igual que pasó con la energía nuclear, decidimos prohibirla en España por supuestas razones medioambientales, aunque probablemente por sus costes y porque eventualmente podía hacer la competencia al gas del Magreb. Curiosamente, no está prohibido comprar a otros países el gas así obtenido y ya somos unos de los primeros consumidores del gas extraído mediante esta técnica en los Estados Unidos. Para más inri, he leído que España fue el principal importador de gas ruso por barco el mes pasado, y por supuesto, a precios de guerra.
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Sin duda, en el tema de los gases a los españoles se nos queda cara de tontos, salvo probablemente a algunos muy listos y a sus ingenuos palmeros.
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