El futuro era esto. El futuro eran viajes turísticos al espacio mezclado con una epidemia medieval y una gente que va por el mundo en patinete. Tanto pensar, tanto darle vueltas a las distopías –y algún ingenuo a las utopías– y nos encontramos con patinetes ... eléctricos y una peste al estilo 'Decamerón', solo que en vez de distraernos con cuentos refinados y lúbricos nos entretenemos con Netflix. El presidente del Gobierno, pensando en el futuro, dice que quiere ser recordado por su gestión de la pandemia. Bueno, realmente lo que está haciendo con eso es puro marketing, autobombo con el que acallar las críticas y decirnos que lo ha hecho todo muy bien, incluso cuando profetizaba con cara de resignación que debíamos estar preparados para tener diez mil afectados por coronavirus en España.

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La bola de cristal no le funcionó, ni a él ni a su mandado Fernando Simón, que se quedó ronco de tanto decirnos que en nuestro país la peste china no iba a pasar de ser un resfriado. Lo cual demuestra algo que ya sabíamos. El futuro es un misterio. Y a veces una broma de mal gusto. Los grandes hombres, tipo Verne, atisbaban que llegaríamos a la Luna, que se crearían máquinas voladoras y una tecnología insospechada. Otros, tipo Rappel, nos anunciaban profecías sobre el rumbo que tomarían los pleitos de Isabel Pantoja o las cornadas que ese verano recibiría un torero. Todo igual de imprevisible aunque quizás no igual de importante.

Verne y su tropa vaticinaban un futuro que había dejado atrás ciertas miserias. Se equivocaban. Desposeían al ser humano de su propia esencia contradictoria. La ciencia prosperó. Viajamos en un silencioso tren a 300 km/h mientras hablamos –y vemos– a través de teléfonos inteligentes con alguien que está al otro lado del planeta. Pero lo que le decimos no está relacionado con el Gran Colisionador de Hadrones y la aceleración de partículas, sino con lo que hemos comido ayer o cómo va el asunto de la Pantoja y su hijo, insigne eslabón perdido de nuestra especie. Se pueden crear seres humanos en un laboratorio, clonar animales y en los países más civilizados se puede elegir sexo, pero al mismo tiempo seguimos con un pie en la caverna. Unos tan hipnotizados como divertidos con los insultos propalados por un presidente de fútbol, que hace escarnio de sus millonarios gladiadores, otros usando el color amarillo para reivindicar el espíritu de la tribu disfrazado de nacionalismo. Unos hacen viajes turísticos al espacio y otros subidos a una patera para huir de la prehistoria y llegar a las orillas del futuro. Este enorme supermercado en el que se vende todo y en el que vale casi todo.

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