No pido deseos por Navidad porque escupiría al cielo. El destino me ha dado el mejor regalo posible, y es nacer aquí. No hablo del chauvinismo que defiende que la nuestra es la mejor tierra del mundo, porque seguramente no lo es, aunque a mí ... me guste. Hablo de la inmensa fortuna de ser un varón blanco en el hemisferio fácil del mundo. Nos encantan nuestros méritos, decimos que nos hemos hecho a nosotros mismos contra todas las dificultades, que somos gente dura, pero la realidad es que casi todo deriva de no haber nacido en lo que la Polla Records llamaba «el hemisferio chungo». Allí habría sido carne de uno de los muchos cañones.
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Mi suerte es superable y la prueba es la familia real. El Rey, al fin y al cabo, tiene una obligación que la gente desdeña pero en la que se la juega, pero sus hermanos, padres, sobrinos o hijas viven una vida de ensueño subvencionada y sin obligaciones. Se da la paradoja de que viven del Estado, pero manifiestan simpatía por posturas de la derecha más radical que en sus principios tiene el lema reaganiano de 'menos Estado' y no a los subsidios, aunque parece que depende de para quién. Froilán y Victoria Federica, como todos sus primos, han vivido del Estado desde que nacieron, directa o indirectamente, y donde no llega el Estado ya se encarga de que otras instituciones o empresas se hagan cargo. Hemos mantenido a nuestros hijos y a los suyos. A los nuestros les pedimos que sean excelentes, pero parece que no a los de ellos, y el caso de Froilán y su hermana es tan atractivo como decepcionante. A nuestro esmero en sacarlos adelante con unos privilegios que no les hemos podido dar a nuestros hijos deberían responder con una imagen ejemplar, pero ella es 'influencer' y él el hijo que siempre temimos tener. Sus apariciones en prensa me hacen pensar que es una persona no especialmente brillante ni hábil con una afición malsana a la parte de la noche menos deseable, esa en la que la gente pierde la calma en los aseos de discotecas, como si de una canción de Sabina se tratase.
Ella, con una naturaleza digamos... particular, se está convirtiendo en un producto que demuestra que el dinero lo puede todo, incluso convertir a esta chica, indudablemente hija de su madre y de su padre, en una modelo de pasarela. Dos chicos con una vida de privilegios, ¿cuál de los dos transmite peor mensaje a la juventud? De la misma manera que el hijo díscolo o problemático, el que no estudia o bebe nos provoca desvelos y sentimos la culpa de no haberlos educado bien porque Froilán y su hermana son cosa nuestra, deberíamos preguntarnos, como país, qué hemos hecho mal, habiéndolos mandado a colegios que ni soñamos para nuestros pequeños. Debemos hacerlo, además, porque sus padres no parecen muy preocupados.
Dice Dickens: «Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos. La edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación». Ese monumento que es 'Historia de dos ciudades' cabalga sobre la dualidad tan actual y nos ofrece el refugio esta Navidad para no ver en la tele a Froilán pelear con navajas o a su hermana anunciar que deja la universidad para centrarse en TikTok, pero también el horror del frío en Ucrania, los muertos que aparecen flotando en nuestras playas después de naufragar en pateras y en sus sueños o a un imbécil degenerado matando a gente en París solo porque le rezan a un dios que no es el suyo. Los libros son una vía de escape y dan vida pero leer es, también, un acto de cobardía. El hecho de la lectura es muy similar al de consumir alucinógenos, ya que ambas experiencias nos alejan de la realidad y de nosotros mismos. Unos se evaden mediante el alcohol y las drogas, otros calman el dolor con el sexo, las compras, la comida. Y otros en el conocimiento, ese bálsamo del que nadie habla mal. Cada uno debe lidiar con sus dolores de la mejor manera posible, pero los padres y madres tenemos una dificultad añadida en el momento en que somos fabricantes de recuerdos de nuestros hijos. De hecho, un día seremos nosotros mismos solamente una colección de recuerdos que se hacen hoy y en los que no queremos fallar. Tal vez por eso inculcamos a nuestros hijos el hábito de la lectura, buscando que el día de mañana tengan el amor analgésico por lo que nosotros amamos y para que en sus vidas haya un componente de ficción que les haga habitar de la mejor manera la hostilidad del destino inexorable. No leer es estar solo ante sí mismo. Los existencialistas simplificaron frecuentemente lo del conocimiento porque la consciencia del otro y del mundo son una ficción embriagadora, el problema está en el interior, en el abismo que muchos somos, tan negro y tan profundo que miramos hacia todas las partes posibles para no asomarnos a ese juego de espejos.
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Y yo me pregunto: ¿qué pensará de esto Froilán? ¿Y su hermana?
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