No nos hemos resignado a ser entes anónimos. Queremos participar en el espectáculo, sea como sea, con carácter de protagonistas o comparsas, da igual, el ... caso es aparecer en cualquier ventana, sea buena o mala, regular o peor, de las pantallas mediáticas. Mal o bien, lo importante es que hablen de uno. Ese parece ser el lema de nuestro tiempo, la cínica consigna que figura como divisa en este mundo nuevo caracterizado como el reino de la comunicación.

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En consecuencia, hacemos lo imposible por poblar las redes. Dibujamos nuestro perfil con los hijos o nietos, con el perro o el gato de nuestros amores y nuestras compañías, menos veces leyendo un libro o plantando árboles, acciones humanas que carecen de prestigio. El caso es figurar. Luego nos quejamos, sobre todo los famosos, de que se burlan, se ríen o tergiversan lo que cuelgan en las pantallas, pues hay todo un ejército anónimo de cobardes, resentidos y envidiosos que aguarda entre las sombras para atacar disparando a todo lo que se mueve, como francotiradores del rencor, su bilis o su odio contra el mundo.

A veces atacan claramente, acosando a cara descubierta con el fin de alcanzar ese podio de la gloria mediática que es ser 'trending topic', lo más visto en la efímera realidad de un día. Antaño, las famas se conseguían tras penosos esfuerzos y costosas heroicidades. Hoy son cosa de un día y se logran sin esfuerzo. A continuación vienen la caída y el atroz olvido. La aspiración de numerosos internautas, el súmmum de la gloria, consiste en hacerse virales poblando las redes con comentarios, memes, fotografías.... Mientras, nuestra vida y sus intimidades se van al garete: saben lo que comemos, cómo nos vestimos, qué nos gusta, en qué clubes estamos inscritos y los libros que leemos. Algo a lo que no damos importancia porque formamos parte del espectáculo, somos actores voluntarios en el tinglado de esta nueva farsa, aunque solo sea como figurantes de un inmenso escenario global, de una pantomima en la que nos despojamos de todo lo que nos concedía la singularidad de seres únicos.

Hemos entrado con escasas precauciones en este mundo desconocido de las redes y las tecnologías punteras

Quienes manejan los hilos de nuestra vida –los Zuckerberg, los Gates, los Jobs, los Musk, los emboscados en Silicon Valley y otros búnkeres indetectables– nos ven desnudos en mitad del espectáculo, pero no físicamente, que sería lo de menos –al fin y al cabo, en cueros vivos somos muy parecidos– sino desnuda el alma, las creencias en nuestros dioses, nuestra idiosincrasia, los sueños que albergamos, y también los miedos, que son muchos, las inseguridades, las nostalgias...

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¿Merece la pena todo esto que nos ha venido porque hemos renunciado a hablar cara a cara? Nos han hecho creer que da todo igual, que existe una camaradería universal de las pantallas, que no hay diferencias de clase, que para qué guardar secretos, que un hombre nuevo, el 'homo tecnologicus', resolverá todos los problemas y corregirá los errores que los dioses o la Naturaleza insuflaron en nuestro ADN antes del primer soplo de vida...

Hemos entrado con escasas precauciones en este mundo desconocido de las redes y las tecnologías punteras. Nos hemos entregado a sus bondades, que son muchas, sin ser capaces de detectar sus peligros ocultos, igualmente innumerables. La enorme revolución cibernética exigiría un mayor período de adaptación que el que hemos aplicado. La Historia nos explica que los grandes cambios de la Humanidad han tardado siglos. Hoy se produce lo que se llama 'la aceleración de la Historia': los sucesos se amontonan en solo meses o semanas, las innovaciones tecnológicas se suceden en cuestión de días, hay vacunas que necesitaban varios años para iniciarse, testarse y fabricarse y hoy se han podido lograr en apenas meses...

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No han ido parejos, sin embargo, el avance de las humanidades y las ciencias sociales. Un frío viento de soberbia recorre el planeta. Actualmente todo lo dirige la tecnología, que, sin embargo, desconoce los problemas éticos, las consideraciones sociales, el respeto por la naturaleza. Hoy más que nunca cabe preguntarse, frente a la agricultura intensiva, dónde van a parar sus fertilizantes, si se reponen adecuadamente los acuíferos y las aguas fósiles extraídas masivamente. El gran invento de los coches autodirigidos no ha despejado aún la incógnita de sus implicaciones éticas: en la posibilidad de elegir en el doble accidente de atropellar a un niño o desviarse para chocar con un coche que viene de frente, ¿qué opción darían los algoritmos que gobiernan el vehículo? La mecanización de bancos, estaciones ferroviarias, almacenes, de la vida en general ¿ha tenido en cuenta la pérdida de puestos de trabajo que esta innovación supone?

Incógnitas que deberían resolverse no con la utopía del progreso incontrolado sino con las buenas armas del pensamiento lúcido, el diálogo y el respeto por el hombre y la Naturaleza.

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