En Ciencia Política existe la teoría de la 'securitización', por la que se explica que si a cualquier fenómeno de gestión pública se le atribuye ... el argumento de la seguridad ello ofrecerá al legislador la oportunidad de tomar casi cualquier medida con amplio apoyo y amparo legislativo y social.
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Les pongo un ejemplo. Si tratamos el cambio climático como un hecho objetivo que puede producir alteraciones en la biosfera y, por tanto, debemos observar su desarrollo con atención, lo normal es que permitamos que el Gobierno tome medidas como apostar por la inversión en fuentes de energía menos contaminantes o que haya programas de concienciación sobre el tema en la publicidad institucional que distribuyen los Ministerios. Sin embargo, si en vez de ser un fenómeno preocupante se trata como la mayor amenaza a la seguridad mundial por encima de la guerra de Ucrania, como dijo hace apenas unos días John Kerry, ministro de Exteriores de Obama (en jerga estadounidense, secretario de Estado), entonces permitiremos que el Ejecutivo nos racionalice el número de vuelos que podemos coger al año, prohiba que los coches diésel circulen por el centro de las ciudades o que haya un impuesto especial a la carne para transitar de manera ordenada al veganismo ecofriendly. Este despropósito retórico, cuyo máximo exponente es Greta Thunberg y los miles de cargos públicos en el mundo que han permitido que la economía mundial se tambalee por culpa de hacer más caso a una niña de 15 años que, yo que sé, a todos los científicos de la faz de la Tierra; se extiende a casi cualquier otro elemento de gestión en el que la izquierda entienda que puede sacar partido.
La más sangrante, por cuanto afecta a la mitad de la población del planeta, es el feminismo. Las ministras de Podemos y su felpudo socialista llevan años confundiendo de manera consciente e interesada la necesaria lucha contra la violencia de género con las supuestas desigualdades que al parecer sufrimos las mujeres por el mero hecho de serlo.
Cuando ser feminista deja de ser una cuestión de reclamar igualdad para convertirse en una soflama resumida en que es más fácil sobrevivir en 'El juego del calamar' que a ser una chica joven que transita por una capital de provincia sola a las 5 de la tarde, las soluciones que se ofrecen para salvarnos son tan grotescas como liberticidas.
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Desde hace mucho tiempo los problemas de las mujeres no son una cuestión de si se nos valora lo suficiente en el ámbito empresarial o si muchas jóvenes que querrían ser madres no dejan de serlo para que sus carreras profesionales no se frenen en seco justo cuando están empezando a despegar. Esto no va ni de igualdad salarial ni de que nadie nos mire por encima del hombro por ser mujeres.
La lucha feminista del presente consiste en la victimización bochornosa de nuestro género por parte de las que nos dicen defender, que consideran que somos tan sumamente inferiores a los hombres en capacidad y en inteligencia que necesitamos que les discriminen a ellos para que nosotras tengamos la oportunidad de competir. En nombre de nuestra mal llamada seguridad, la sociedad española acepta de buen grado que a los hombres se les criminalice por haber nacido como tal, que en las oposiciones ser mujer compute como mérito casi tanto como ser discapacitado intelectual, o que haya chicas de 15 años que tengan pánico real a que las maten cuando pasean por la calle porque la ministra de Igualdad dice que en uno de los países más seguros del mundo una no puede ir por la calle sin que el barrendero de la esquina sea un susceptible y sospechoso violador.
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Estamos al borde de lo más parecido que vamos a ver a la Tercera Guerra Mundial, habiendo sobrevivido a una pandemia y con comunistas en el Gobierno diciendo que hacen cosas tan chulísimas como restringir nuestras libertades públicas y arruinarnos el bolsillo.
Pero si tenemos que soportar estos azares del destino, al menos que no tengan la poca vergüenza de decir que nos degradan en nombre de una dignidad que nadie ha reclamado y por representación de un colectivo que de manera mayoritaria repudiamos.
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En resumen, lo de siempre: que aquí hemos venido a que nos dejen en paz. Ya va siendo hora de que lo entiendan.
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