A estas alturas, nada se descubre si se afirma que España es un país que no sabe debatir. La fuerte polarización y, derivada de ella, ... el maniqueísmo que preside cada toma de posición ahogan los matices y entregan un lodazal pringoso en el que la capacidad analítica no trasciende una superficie grosera y cargada de prejuicios. El ejemplo de la ley del 'solo sí es sí' es el último episodio de esta triste realidad. El hecho de que dicha ley requiera de retoques no la invalida ni merma su carácter necesario. Es evidente que si su gestión dependiera de otro ministerio, el ruido mediático y social habría sido mucho menor. Pero, desde el momento en que su cabeza visible es Irene Montero –indiscutible objeto fóbico de la visceralidad opinadora–, las críticas contra ella se han viciado y han adquirido una intensidad que impide su ponderado tratamiento político. Claro que la ley tiene fallos y necesita enmendarse, pero como tantos otros textos promulgados que han necesitado de una ulterior matización.
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Solicitar sosiego a pocos meses de la primera convocatoria electoral de este 2023 constituye un ejercicio de optimismo e ingenuidad muy alejado de la realidad. Si los últimos tres años han sido los de mayor degradación del debate político desde el inicio del actual ciclo democrático, lo que se vislumbra en el horizonte no invita más que a pensar en un ambiente todavía más irrespirable. Las elecciones municipales y autonómicas del próximo mayo se perfilan como un ensayo general de la gran guerra en que se convertirán las generales. Se avecinan meses de bochornosa indigencia intelectual y de mucha munición populista. Como el dilema del huevo y la gallina, no sabemos si el triste panorama que vivimos es consecuencia de una sociedad embrutecida que empuja a sus políticos a la vaciedad argumentativa, o si, por el contrario, es la mediocridad de muchos de nuestros representantes la que impregna a una ciudadanía dispuesta a seguir a sus generales hasta donde haga falta.
Lo interesante, no obstante, del presente paisaje político es que, de cara a las próximas llamadas a urnas, la 'estrategia militar' de algunos partidos debe abandonar determinados estereotipos que han guiado su discurso electoral durante décadas. En el caso, por ejemplo, del Partido Popular, el maná del 'milagro económico' ya no resulta tan fácilmente explotable. Tanto con Aznar como con Rajoy se urdió una suerte de 'relato de salvación' por el que el PP llegaba a La Moncloa para rescatar a España de la bancarrota en la que la habían sumido los socialistas. Según esta narrativa, el equipo de preparados tecnócratas que lideraban ambos presidentes irrumpía en escena como un efectivo 'deus ex machina' dispuesto a ordenar unas cuentas esquilmadas por el derroche social de la izquierda. Sin embargo, y frente a esta leyenda negra que dibuja a la izquierda como incapaz de realizar una buena gestión económica, la legislatura que ahora acaba ha arrojado unos resultados económicos que para nada se compadecen con la distopía prevista por la oposición. Después de una pandemia y de una guerra en plena Europa que han impactado en el tejido económico con una virulencia desconocida, la situación actual es de incertidumbre, pero no de devastación. Que España vaya a liderar –según todas las predicciones– el crecimiento de la Eurozona en 2023 es algo que tiene que haber descolocado a un Feijóo obligado a buscar alternativas al tradicional discurso economicista del PP. Cierto es que hay mucho por mejorar, pero también lo es que la realidad no es tan oscura y catastrófica como para que el de la economía se convierta en un argumento indiscutiblemente ganador y en el que invertir la totalidad de los esfuerzos.
El problema, en este sentido, es que la alternativa al discurso economicista no viene marcada por el PP, sino por Vox. El auge de la ultraderecha se cimentó –como es bien sabido– con las crisis del 'procés' catalán y el resurgimiento de un nacionalismo español que, hasta el momento, permanecía en estado de hibernación. Los pactos de Sánchez con Esquerra y Bildu han propiciado que la ultraderecha transforme el 'España nos roba' del rancio independentismo en el 'Nos roban España' del no menos rancio nacionalismo español. En realidad, ambos lemas se encuentran conectados por el mismo nivel de paranoia y responden a una idéntica forma de hacer política. Pese a ello, la injustificable reforma de un delito como el de la malversación por parte del Gobierno ha entregado una preciosa munición a PP y Vox, quienes, en medio de este contexto delirante, han encontrado un argumento sólido para hacer daño a Sánchez.
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Este tránsito desde un programa económico a otro de tintes nacionalistas ha otorgado a Feijóo unos cuantos puntos de crecimiento demoscópico, pero, al mismo tiempo, lo ha situado en un campo de batalla en el que no se siente cómodo. Feijóo no es un gran orador y, mucho menos, un portento intelectual. Cualquier reflexión que realice fuera de su zona de confort está condenada al patinazo y a la consiguiente rectificación. Además, el 'Nos roban España' inspirado por la ultraderecha lleva adherida una serie de cuestiones morales que atentan contra los derechos fundamentales y que implican ir contra la opinión de parte de su electorado. Fuera de la economía hace frío y, sobre todo, está Vox, quien se ha apropiado de un margen discursivo que el centro-derecha siempre despreció.
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