Cuando el mundo era analógico era prácticamente imposible conocer el estado de ánimo real de la opinión pública con cierta precisión. Si el Gobierno decidía ... hacer X o Y, la única medida fidedigna de saber cómo aterrizaba la prohibición (porque esto siempre va de restringir, no nos hagamos trampas al solitario), era ver cómo lo recogían los distintos medios de comunicación y, especialmente, los tertulianos de radio y televisión.

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Eso siempre era trampa por varios motivos, pero el principal, además del interés de la emisora de turno por ser más o menos benévola con el Gobierno, era y es que los periodistas y opinadores viven precisamente de eso, de opinar. Y entendiendo que la gente tiende a ejercer su profesión con cierta diligencia, lo normal es que los contertulios estén informados sobre todo lo que sucede con una profundidad infinitamente superior a la del españolito medio.

Es decir: sin tener información de contexto de ningún tipo, los españoles, que somos los votantes, emitimos un juicio de valor sobre qué nos parece una determinada acción de la que solo conocemos la superficie más superflua, y en base a ello votamos cada 4 años sin mayor razonamiento que aquel.

Esto para la política era un quebradero de cabeza mundial porque es prácticamente imposible disociar la opinión de un tertuliano plenamente informado, y por tanto consciente de las aristas de la estrategia global del político de turno, del ciudadano medio que solo ve lo que dice el titular o lo que le cuenta Alsina.

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Esta esclavitud de los gabinetes políticos hacia lo que opine el Rubén Amón o Antonio Maestre de turno desapareció cuando llegaron las redes sociales a nuestras vidas, que igual que los cuchillos pueden servir o bien para cortar carne o bien para asesinar de cincuenta puñaladas al prójimo. Pero en su uso sano y comedido, Twitter y Facebook son un termómetro de opinión pública de una precisión que ya quisieran los relojes suizos que portan nuestros políticos de izquierdas.

En el mundo digital impera la ley de la selva, y usted y yo escribimos de forma impulsiva lo que nos parece cualquier cosa: desde lo lamentable que es la nueva temporada de 'Sexo en Nueva York', hasta el embarazo de Jesulín o, como ocurrió el martes, qué opinamos de que tengamos un gobierno liberticida, antivacunas y negacionista de la ciencia que pide volver a las mascarillas en exteriores a pesar de que no haya ni media evidencia amparada por nadie de prestigio que diga que va a ayudar para algo más que para ahorrarnos el frío o darnos una falsa sensación de protección.

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Lo que ocurrió a principios de semana en Twitter fue la versión siglo XXI del motín de Esquilache, con la diferencia de que en vez de capas afrancesadas, en este caso el Gobierno quiso usar nuestro bozal obligatorio como herramienta de autocompasión. Porque esto no es una cuestión de estar a favor de las vacunas, que lo estamos en un porcentaje abrumador; ni de entender que debemos tener cuidado con la transmisión del virus, que lo sabemos; ni de creer que vivimos en una pandemia con consecuencias catastróficas; que lo sufrimos tanto o más que nadie.

Lo que pasó el martes en Twitter fue que lo que unió el gol de Iniesta solo lo ha podido recuperar el rechazo transversal, de extrema izquierda a extrema derecha, a un liberticidio de un calibre tal que la soberanía popular dijo basta al unísono de una forma preciosa. Las Españas unidas, sin intermediario mediático, diciendo que somos una gran nación que lucha unida contra las tonterías y se rebela con civismo frente a lo autoritario. El ejercicio de unión nacional que vislumbramos hace días ha sido la mejor expresión de que a pesar de ese mundo de blancos y negros, Madrid y Barça, PSOE o PP; entre gritos y pitos los españolitos hacemos por una vez algo a la vez.

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Desconozco cuánto tiempo tardaremos en volver a vivir un momento de unidad nacional de tal calibre, pero espero que el 22 de diciembre de 2021 perdure para siempre en nuestra memoria.

Qué bonita es la soberanía nacional cuando se ejerce por amor a la Patria. Que, como habrá aprendido la izquierda esta semana, equivale a la libertad.

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