Hace una semana, celebramos con un bello acueducto español nuestra Constitución. Ratificada en referéndum por el pueblo español el 5 de diciembre de 1978. Una obra maestra que nos permitió salir del ostracismo de la dictadura cutre, autoritaria, intolerante y retrasada del general Franco. Pero ... sobre todo nos ha permitido construir una democracia plena, sumarnos a la Unión Europea (el mayor proyecto de cooperación para la paz y el progreso entre naciones del mundo), progresar económicamente y –en definitiva– construir un país que, no siendo perfecto, es mejor de lo que era en 1978. Algo que no es poco.

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Cuando escribo «es ratificada en referéndum por el pueblo español» siento orgullo y también un poco de envidia. Yo no pude votar en aquel referéndum, pero he sido políticamente afortunado. Si bien no voté a la Constitución, con 15 años, sí pude sentir después el momento de cambio y progreso para mi país. Y, como tantos jóvenes, tras el golpe de Estado de 1981, pude votar en las elecciones generales de 1982 en las que el Partido Socialista cosechó una victoria apabullante, que los historiadores califican como el fin simbólico de la Transición.

Desde aquel 6 de enero de 1978 han pasado 43 años, y les aseguro, sobre todo a los más jóvenes, que hoy somos un país mejor, no un país perfecto, no un país sin desafíos, pero sí mejor.

Hoy cabe preguntarse, en perspectiva, hacia dónde va España y hacia dónde va su política, ambas realidades no siempre avanzan en la misma dirección. Pues bien, la política está liada. La tercera fuerza política del país es un partido que considera que cualquier tiempo pasado fue mejor, muchos de sus militantes y cuadros muestran con orgullo símbolos de la etapa anterior a la Constitución, un tiempo políticamente más oscuro y sin libertad, un tiempo políticamente peor.

La segunda fuerza política está en proceso de absorber a Ciudadanos, que hoy representa los restos de un proyecto 'circustancial'. Una buena noticia en términos de concentración de votos para el PP. La mala noticia es que el Partido Popular está embarcado en una batalla insomne con Vox, su principal enemigo electoral, aunque compañero de bloque. Tanto obsesiona Vox a los líderes del PP que le compran cuarto y mitad del discurso ultra. Además, los populares adolecen del liderazgo nacional poco consolidado, y se muestran temerosos de que Isabel Díaz Ayuso u otro líder autonómico como Feijóo o Juanma Moreno le puedan mover la silla tras las elecciones generales previstas en 2023.

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¿Y a la izquierda? El PSOE de Pedro Sánchez gobierna incansablemente e intenta construir un proyecto de progreso y libertad, en coordinación con el 'Frente Amplio' de Yolanda Díaz. Todas las energías están puestas en la superación de la pandemia, la gestión de los fondos europeos y el Plan de Recuperación (España Puede), recuperación económica, y la mejora de asignaturas pendientes históricas como la reforma laboral.

Como diría aquel, lo que de verdad nos importa a todos no son cambios sencillos, su éxito no está garantizado, no hay que desconcentrarse, no hay que perderse en disquisiciones, pero del éxito del proyecto depende el futuro del Gobierno y de la izquierda. Ya lo dijo Iñaki Gabilondo: si la cosa sale mal puede gobernar la derecha hasta que Leonor sea reina. Puede ser una exageración, pero ayuda a no perder de vista el desafío histórico de la izquierda española.

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Mientras el Gobierno gobierna, valga la redundancia, de fondo la política mete ruido con que España se rompe, aunque fue a Rajoy a quien le hicieron dos referéndums ilegales de independencia; de que nos come la delincuencia, aunque este sea el segundo año con menos criminalidad de la historia de España desde que tenemos estadísticas. Como ya dije en un artículo anterior, qué bueno sería si se parase ese maldito e infernal ruido.

Quedan dos años para las elecciones generales, si el calendario se cumple, y algo menos para las autonómicas. En este contexto creo que el programa que necesita España es progreso y libertad: mejora de nuestras condiciones materiales y la libertad de ser y expresarnos en la diversidad que nos caracteriza a los españoles. Ojalá lo consigamos.

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Después de 2023 se abrirá quizá el debate político, puesto que el social sobre la reforma de la Constitución ya está en la calle. Para adaptarla a esta España mía y nuestra, como cantaba Cecilia, del siglo XXI, una España europea, un Estado social de derecho que aspira a una economía moderna y competitiva, y a unos servicios sociales de calidad. Ojalá podamos reconstruir los puentes entre izquierda y derecha en la próxima legislatura para, manteniendo lógicas diferencias, trabajar juntos en la construcción de una España cada día mejor.

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