El título propuesto no es ninguna utopía. Porque es posible que, si se cumplen determinadas condiciones, en el futuro desaparezca un buen número de las enfermedades infecto-contagiosas que actualmente nos afectan. La prueba más evidente que ampara esta afirmación es lo sucedido con la ... viruela, gracias en gran medida a la vacunación masiva, algo tan de moda en la actualidad. Ha sido la viruela azote de la humanidad durante siglos, cobrándose millones de víctimas en todo el mundo, en sucesivos periodos históricos. Desde los inicios de la civilización hasta hace pocas décadas cuando, a raíz del último caso registrado en Somalia en 1977, la OMS la declaró oficialmente extinguida en 1980. Un hito señero en la historia de la medicina y de la humanidad, logrado al darse en esta infección unas características favorables para hacerla desaparecer. Entre ellas la de padecerla de manera exclusiva los seres humanos, sin ningún reservorio animal conocido en el que pudiera permanecer confinada, para causar sucesivos brotes y diseminarse de forma masiva.
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Cumplía asimismo otro requisito importante, como su fácil detección por las huellas claramente visibles en la piel, con las erupciones de pápulas, vesículas y posteriores costras. Esta condición es extensible a todas las infecciones en la que se pueda disponer de medios rápidos para el diagnóstico, durante el periodo en el que son capaces de propagar la infección. Una circunstancia en la que estamos sobradamente versados, en este tiempo pandémico, respecto a la necesidad de realizar pruebas de detección, cruciales para aislar de modo preventivo a los infectados, evitando que se disemine la infección. En la cúspide de este proceso de suprimir o extirpar enfermedades, resulta esencial disponer de una vacuna eficaz que yugule la capacidad de progresar entre las personas el agente causal infeccioso.
En estas condiciones, junto a las premisas de la técnica sanitaria, es imprescindible contar con una firme, decidida y mancomunada voluntad política. De ese modo no afectarán zonas oscuras al consenso mundial para aunar esfuerzos dirigidos en la misma dirección, no dejando nada sin resolver en dicho empeño. La pretensión es alcanzar por fases estos objetivos, cuyo enunciado conceptual –sin pretensiones de un academicismo de salón– conviene apuntar, para deslindar dos términos en apariencia similares. Hablamos de 'eliminar' la enfermedad, lo que supone su desaparición completa y absoluta en todo el mundo. Sería esta una etapa de superior rango a la de 'erradicar', concepto que subraya la posibilidad de su exclusión en un país o zona geográfica determinada. Estos objetivos mundiales, que han gozado de predicamento, quedan por el momento limitados a la varicela y el sarampión. A ello se aproximarían –sin cumplir la totalidad de requisitos apuntados, pero alcanzables– otras infecciones víricas o bacterianas, como la poliomielitis, la rubeola, la parotiditis, además de las hepatitis A y B.
Coinciden los expertos en que podrán surgir otras pandemias, en un horizonte esperemos que lejano. Sobre todo, por virus acantonados en animales, con un posible salto entre especies hasta el hombre. Esto es algo que hemos comprobado, de manera fehaciente, en nosotros mismos. A esta utopía tan deseada de ir descartando infecciones, es palmario que contribuye de manera notable la descomunal mejora, en los últimos siglos, de las condiciones higiénicas generales. Se han hecho evidentes en la salubridad pública, la potabilidad del agua, la gestión de residuos, basuras y excretas varias. También los avances en antibióticos y, en el lugar cimero, las vacunaciones masivas de la población, práctica sin la cual nada de esto habría sido o será posible.
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Por eso, a estas alturas, sorprenden rechazos absurdos, sustentados en vagas teorías conspiratorias, en una actitud que cobra dimensión exagerada, con la ayuda de la rapidez en la difusión de toda suerte de informaciones indiferenciadas. Quedamos atónitos viendo, en pleno siglo XXI, a personas, movimientos o creencias que reniegan de las bondades de la vacunación. Suelen ampararse en confabulaciones extrañas o en el falaz argumento de primar la libertad individual. Son argumentos de una notable estrechez de miras, pues están olvidando que permanecer inmune ayuda a proteger al conjunto de la comunidad de la que se forma parte indisoluble. La interacción social tiene peajes de solidaridad comunitaria imprescindibles. Cualquier vacuna administrada, amén de favorecer al individuo, reduce la posibilidad de transmisión infecciosa. Guardémonos de especulaciones tendenciosas, a veces derivadas de un hecho anecdótico, aislado y casual, frente a las apabullantes evidencias en sentido contrario, acerca de beneficios tangibles en millones de personas. Sentimientos y emociones manipulables, frente al siempre deseable y rentable sentido común.
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