Cortázar diría que hoy, igual y diferente a otros, es un buen día para ir introduciendo, paso a paso, el propio cuerpo en lo que hace un segundo, medio metro, era futuro. Para instalarnos, durante nada de tiempo, en el presente-presente.

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Porque esa es ... la realidad, ni el pasado ha existido plenamente ni el futuro existirá, porque ambos son simplemente opciones que solo el presente convierte en realidad, efímera eso sí, como todo.

Para muestra, un botón. Los barones del PSOE (que además del título nobiliario son varones, o sea hombres, y eso hay que tenerlo en cuenta) no se oponen a las declaraciones de Garzón, sino al momento en que lo ha dicho (en vísperas de una campaña electoral en Castilla y León) y a quien se lo ha dicho (un medio extranjero, es decir, un periódico británico para más inri): oportunismo político y visceralidad nacionalista.

Las reacciones frente a las declaraciones de Garzón tienen mucho de hipocresía tanto en los barones/ varones del PSOE como en los del PP. Por si alguien no se ha enterado, el Partido Popular ha apoyado iniciativas contra las macrogranjas en 40 municipios. A la misma hora que el líder del PP cargaba contra Garzón, sus correligionarios de Castilla-La Mancha corrían raudos y veloces a borrar un tuit de la cuenta del Partido Popular que evidenciaba su fingimiento: «Un informe médico alerta de las consecuencias para la Salud Pública de las macrogranjas #PageMiente».

Eso sí, hay que decir en descargo del PP y del PSOE que Alberto Garzón tiene un ligero problema y es que no sabe la diferencia entre tener razón y encontrar el momento para que los demás sepamos que la tiene. Con esto me refiero a pensar en el impacto de sus declaraciones y en que cuando hablas de la carne, el pescado, o el vino, tienes que tener en cuenta quién vive de los cerdos, quién vive del pescado y quién vive del vino: personas reales, no conceptos etéreos.

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Además, hay un problema subyacente: la falta de coordinación entre los ministerios del Gobierno: este tema hubiera merecido la pena abordarlo mediante un debate previo, interno, tranquilo entre el Ministerio de Consumo y el Ministerio de Agricultura y Pesca, pero, claro, para coordinar alguien tiene que ser coordinador: ¿quién coordina la acción diaria del Gobierno?

Por otra parte, la polémica de «la carne española de mala calidad» (¿humana o animal?) ejemplifica otro problema estructural de España: no existe una estrategia de país acerca de cómo queremos presentarnos al resto del mundo, y en qué queremos especializarnos: ¿queremos ser un proveedor mundial de carne barata de más o menos calidad, o ser una referencia internacional en materia gastronómica, de bienestar animal, de sostenibilidad de negocios ganaderos y agrícolas?

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Si no sabemos dónde queremos ir, aceptaremos sin crítica el negocio de las macrogranjas insostenibles, unas industrias extractivas que –no curiosamente– tienen su asiento en los grandes despoblados de la España vacía.

Todo está conectado: el auge de las macrogranjas y la España vacía. Los principales consumidores de carne son los habitantes de esa España abarrotada; el 90% de la población de España se concentra en el 30% de la superficie española. Por tanto, cuando hablamos de macrogranjas hablamos de un modelo que interesa a los urbanitas y va en contra de los intereses de sostenibilidad de los cada vez menos habitantes del vacío de la España interior.

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Este es el verdadero debate que deberían afrontar nuestros políticos, la progresiva desigualdad entre los ciudadanos de la España urbanita y la España vaciada. Un debate que más pronto que tarde superará la monserga independista y nacional peneuvista.

En fin, todo esto es un ejemplo más de la enervante levedad política imperante en las Cortes españolas, que en vez de dedicarse a lo que realmente importa se entregan a la inanidad a través de una continua sucesión de escenas de teatro surrealistas entre hipernacionalistas españoles (en sus dos versiones conservadoras), independentistas de salón catalanes y vascos, bohemios burgueses (bo-bos) podemitas, ciudadanos extintos, social-liberales-demócratas, según el día, y regionalistas en busca de región que amenizan el día a día.

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¿Y Pepe Vélez qué opina de todo esto? Él no tiene que justificar ni su origen obrerista ni su procedencia de la Murcia vaciada, por lo que es el más indicado para entregase a la búsqueda y caza de votos social liberales y urbanitas. Es evidente que, si quiere que la izquierda vuelva a gobernar en la Región de Murcia, tiene que tener un discurso alternativo al PP y también al gobierno de coalición del Estado. Escuchar, proponer, educar e ilusionar. Esas son las cuatro claves para que la izquierda reconquiste San Esteban.

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