Hasta hace poco nunca había escuchado hablar a Ayuso, la presidenta de la Comunidad madrileña. Me cautivó. Tenía el tono cheli y exquisita vulgaridad que hacen de ella una bestia parda como política, y –ya como opinión particular– también como mujer. Es una de esas ... damas con las que Julio Camba decía que había que ir con ellas a comer sardinas con las manos, y para eso no sirven las que van de grandes señoras sin pasado y sin huellas dactilares.

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Ella dio, como a quien le salen flores por la boca, con la clave de por qué merece la pena Madrid: es el sitio «donde no te encuentras con tu ex». El único lugar del mundo que merece la pena vivirse es cualquiera donde no te tropieces a tu ex con su nuevo o nueva churri y se te ponga el pelo blanco en una noche, como en 'El monte de las ánimas' de Bécquer. Y mejor si tienes muchos ex, como acusaron a Ayuso (yo me pongo a los pies de Ayuso si me entero que ha tenido más de cien ex, siempre me ha gustado la gente de la que pueda aprender).

Hay muchos conocidos felicísimos de vivir en un pueblo donde te encuentras ocho veces al día por la calle con los mismos, y naturalmente con la ex. Se sienten en una especie de domesticidad. En cambio, pienso que el mundo es un pañuelo pero uno no tiene por qué encontrarse más de una vez en toda una vida a una ex, y de lejos, después de cambiarse de acera. Una vez me encontré a un amigo de Lorca en el Palacio de Congresos de Hitler en Berlín, pero afortunadamente no me he encontrado a ninguna ex en algún punto remoto del planeta, que me dé la noche y el planeta. Para que me recuerde que nada sirvió para nada. Me parece que no fue el conde de Foxá el que dijo que «Madrid, en agosto y con dinero, Baden Baden». Con buenos billetes y sin gente que te conozca, un balneario.

Las grandes ciudades se hicieron precisamente para no encontrarse con ex, y para asegurarte de que te va a sentar bien la cena por no coincidir con tus terrores en el mismo restaurante. Ciudades menos grandes se hicieron para no encontrarse con las legítimas/os. Por ejemplo, Alicante se ideó para que la gente importante del interior pudiese andar por ese precioso paseo junto al mar del brazo de las queridas, sin que nadie los reconociese a la salida de misa. «Qué tendrá Alicante, que tu padre iba y tu abuelo también», se decía. Éso es lo que aún hoy tiene Alicante, arrocete y sabadete. Y eso es lo que tiene Madrid, donde si te encuentras con tu ex te devuelven el dinero, según Ayuso, por publicidad engañosa.

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