Elogio y nostalgia de las librerías
DIGO VIVIR ·
Las de Murcia habrá que protegerlas seriamente de la única manera posible, comprando libros, porque son una especie en extinciónDIGO VIVIR ·
Las de Murcia habrá que protegerlas seriamente de la única manera posible, comprando libros, porque son una especie en extinciónViajo con cierta frecuencia a Barcelona, hoy azotada por los malos vientos del separatismo, donde, a más de demorarme en las bellezas y singularidades de ... una ciudad mediterránea abierta, moderna, y cuna de escritores a los que profeso admiración: Vázquez Montalbán, Marsé, Vila Matas, Pàmies..., suelo recorrer algunas librerías de mi preferencia. La singular Áncora y Delfín, en la avenida Diagonal, fue una de las sedes de venta de la editorial Destino. En esa colección se hallan editadas, además de las de otros autores de prestigio, las novelas y cuentos de Miguel Delibes y la obra completa de Francisco García Pavón, creador de uno de los primeros personajes policíacos de nuestra literatura, el sagaz investigador Plinio, jefe de la Policía Municipal de Tomelloso. Una librería excelente para aprovisionarse especialmente de novelas. Cruzando la Diagonal hacia el puerto, ya en las Ramblas, una maravillosa librería de viejo en la Calle de la Canuda, que sirvió de inspiración a Carlos Ruiz Zafón para su tetralogía 'El cementerio de los libros olvidados'.
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No ha servido de nada que Barcelona fuera considerada centro imprescindible de cultura y visitada por lo más granado de la literatura hispanoamericana del 'boom' de los sesenta y setenta, además de por algunos significados literatos de épocas anteriores y posteriores. Poetas y novelistas como Rubén Darío o Rómulo Gallegos y los más cercanos Carlos Fuentes, Vargas Llosa, García Márquez, Pitol, Bolaño enriquecieron con su presencia la vida de una ciudad que fue emporio indiscutible de la industria editorial española. Hasta el propio Cervantes había escrito encendidos elogios de ella cuando hace entrar, para ser vencido, a Don Quijote, en el capítulo LXXII de la segunda parte. Este glorioso parentesco entre el personaje universal y una ciudad magnífica ha sido olvidado por la vociferante patulea independentista, aunque no por excelentes estudiosos catalanes de 'El Quijote' como Martín de Riquer.
Documenta, en el entorno de las Ramblas, solía proveerme de ensayos literarios cuando bajaba en dirección al mar. Una incursión más lejana me llevaba a Negra y Criminal, en pleno barrio popular de La Barceloneta y dirigida personalmente por el librero y agitador cultural Paco Camarasa, del que acabo de saber que murió recientemente, y que concitaba en el minúsculo espacio de su librería la presencia de los mejores autores vivos de la novela negra europea y americana (como testimoniaban las numerosas fotografías firmadas de las paredes).
Todas ellas han desaparecido en los últimos años, sometidas al mismo destino aciago de numerosas librerías de todo el país, cuya imagen amable y sus acogedoras estanterías van diluyéndose en un goteo atroz, mientras ocupan su sagrado espacio bancos, tiendas de moda o restaurantes de comida basura. En algunas me han acontecido sucesos curiosos. Por ejemplo, en la de la calle Canuda pude atisbar entre los lomos de un rimero de libros de viejo uno escrito por mí y editado hacía años en Granada. Me asaltó la curiosidad de saber cómo pudo llegar tan lejos. Preguntado el librero por el posible periplo de mi obra, no supo darme explicación. Los libros, me dijo, recorren vidas impensables no menos azarosas que las de los seres humanos, se compran al peso en colecciones procedentes de traperos, de herederos que venden las pertenencias del padre o el abuelo sin reparar que en ellas se contiene la existencia, las preferencias literarias, el sello personal de quienes los han ido acumulando a lo largo de la vida. Libros elegidos amorosamente, leídos con devoción y compartidas las emociones propias con las de los personajes. Quise comprobar, con curiosidad un tanto malsana, si estaba firmado por mí y quién era el o la desagradecida que se había desprendido de un ejemplar que dedicara con respeto y gratitud. No iba firmado, por lo que mis cábalas acabaron ahí.
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En esa librería, hoy ocupada quizá por una pizzería o un banco, 'hacían escombro' un montón de poemarios firmados por sus autores, entre los que distinguí nombres de conocidos y amigos, cuyos poseedores los habían abandonado, propiciando su acabamiento en la abandonada soledad de una trastienda. En otra visita, y entre rimeros de volúmenes, encontré la descatalogada novela 'Carne apaleada', de Inés Palou, escrita por una mujer zarandeada por la vida, una de cuyas peripecias la llevó a un calabozo de Lorca, episodio que describe en la novela, finalista del Planeta en 1975, y de la que se hizo una película de 'destape' en 1978.
En cuanto a las nuestras, las de Murcia, habrá que protegerlas seriamente de la única manera posible, comprando libros, porque son una especie en extinción, amenazada por la defección de lectores que han huido de ellas para leerlo todo en las pobres y raquíticas, intelectual y físicamente hablando, pantallas de los móviles o en las páginas insulsas de los libros electrónicos.
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