Rodeados de crisis geopolíticas, viene bien una pausa para una mirada atenta a una de las plagas del siglo. Hannah Arendt distinguía sutilmente entre soledad y solitud. En esta, al menos, están presente las propias reflexiones y recuerdos. En la soledad nadie acompaña, ni siquiera ... uno mismo. Pero no estamos hechos para la soledad. Nacemos de una pareja, nos criamos rodeados de gente bulliciosa. Luego, crecemos y pasamos ese período confuso de la adolescencia buscando relaciones más profundas con coetáneos, al tiempo que nos desprendemos de la cutícula que supone la atención de nuestros padres, que, a veces, nos atosiga. Queremos volar solos, lo que, en realidad, significa que queremos volar con otros.
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Luego vienen largos años llenos de energía en los que pretendemos cambiar el mundo descuidando algunas cosas esenciales. Aun así, nos enamoramos, tenemos hijos, trabajamos sin descanso y cumplimos con el papel que antes cumplieron nuestros padres con nosotros. Y cerramos el ciclo cuando nuestros hijos se casan. ¡De repente, estamos jubilados!, tenemos nietos y afrontamos casi un tercio de nuestra vida perdiendo vitalidad, confusos cuando pensamos en el futuro. Ha llegado, con la dicha de la longevidad, el riesgo de la soledad favorecido con ecos de voces que, sin acompañarnos, nos impiden escuchar nuestra propia intimidad. Y, si no oímos nuestra voz, no sabremos interpretar la de los otros.
Cada vez parece pasar antes, pues las cifras de divorcios y las de parejas que no se deciden a comprometerse son muy altas. Son circunstancias que generan la abrumadora cantidad de seres humanos que se sienten solos sin advertir la causa. No ayuda que el rostro de una persona no nos dé siempre información certera de lo que ocurre en su interior. Quizá por eso no descifro a un hombre que veo muy frecuentemente solo, sentado en una cafetería, con el rostro taciturno y con aspecto de haber olvidado hablar. Nos cruzamos, pero no me ve, pues mira oblicuamente. Y no es una persona sin hogar. Ese es otro capítulo del que no faltan casos. Aunque, en general, estos suelen ir en grupo o, al menos, en pareja. Pero, eso sí, con las marcas de la calle en la cara: tez oscura, profundas grietas en sus mejillas y una mirada turbia.
En el mundo 'avanzado' hay ya quien se ofrece por dinero a hacerte compañía sin sexo. El mercado está atento, incluso, a estos detalles del catálogo de necesidades humanas. Pero esto ocurre, entre otras razones, por falta de escuela de vida. Durante la educación no parece quedar hueco para tratar lo que de verdad le importa al ser humano: cómo adquirir códigos éticos de conducta; cómo influir para que la sociedad cubra los espacios morales a los que no debe llegar la ley. Y, sobre todo, cómo saber vivir auténticamente, al menos eludiendo la soledad, consiguiendo y conservando la fidelidad de amigas, amigos y, en sinergia infinita, la amistad en el amor.
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Siempre quise saber mantener mi selecto grupo de amigos, unos ganados antes de la jubilación y, otros, como novedad gozosa. Sin perjuicio de reuniones conmemorativas con colegas o condiscípulos, me gusta el trato directo con los amigos de carne y alma: de forma pausada, con tiempo para repasar las peripecias personales, para quejarnos de esto o aquello y para sentir una alegría profunda por lo que de bueno le ocurra al amigo. Tiempo de serenidad frente a un café, recuerdos de la infancia compartida o no; repaso del crecimiento de la familia o rememoración delicada de desgracias sufridas en el pasado o curando las heridas de las presentes. Conmiseración recíproca por la memoria que se desvanece o por el destino de nuestras vejigas y nuestras articulaciones. Anticipación humorística del balanceo al andar que, como marineros de la vida, nos espera en unos años. Bromas sobre la calvicie y los crecepelos. Sin que falten las expresiones de sorpresa por los usos y costumbres de los jóvenes de hoy, lo que ya le pasaba, casi tres mil años atrás, a Hesíodo. Comentario de noticias, interpretación de películas, intercambio de libros, recuerdos de viajes y, por qué no, repaso bienintencionado a los defectos de algunos conocidos, sobre todo si son políticos profesionales, esos extraños titanes.
La amistad genuina es más fuerte que las diferencias políticas. La amistad es una bendición cuando tantas cosas pugnan por separarnos. La amistad fue cantada famosamente por Horacio refiriéndose a su fraternal Virgilio. A mí también me gustaría tener cerca a alguien que escribiera algo tan hermoso como 'et serves animae dimidium meae', hablándole al Céfiro, un viento que podía hacer naufragar la nave del amigo. Supongo que ya habrán adivinado que significa: «... y cuida de la mitad de mi alma». ¡Amén!
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