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La madrugada del jueves pasado, como si fuera una señal o una fatal e incontrolable premonición, las aspas del emblemático cabaret Moulin Rouge de París cayeron sin que se sepa todavía la causa del derrumbamiento. Los transeúntes del Boulevard de Clichy miraban estupefactos las alas ... vencidas del molino sobre el asfalto junto a las tres letras 'MOU' que, en su caída, se llevaron por delante. No hubo heridos, pero la noticia me produjo un ligero escalofrío, más que nada porque empiezo a ser muy sensible a los derrumbes de los iconos que amueblaron mi infancia. 'Mou' en francés significa suave, pero también blandengue, flojo, flácido, débil, difuso. No quiero hacer leña del árbol caído, o en este caso de las letras y aspas caídas, pero se me ocurren algunas metáforas.
El imperio de aquel baile llamado can-cán, que en 1889 estaba de moda en el famoso establecimiento, se ha ido a tomar vientos. El empeño por levantar las faldas a las damas no se ha extinguido, como tampoco lo ha hecho la eterna curiosidad por el cuerpo humano. Yo imagino que Charito Alonso, La Mistinguett o la mismísima Edith Piaff en vísperas de la ocupación entretenían a la clientela con mucho arte y poca carne, pero resulta un tanto patético contemplar ahora la entrada de turistas orientales, que visitan el local para disfrutar de una cena espectáculo por más o menos 150 euros.
La sala fue fundada en el barrio de Montmartre por un empresario catalán llamado Josep Oller, un hombre atraído por el 'divertimento' que construyó, además, la famosa sala Olympia de París, el hipódromo de Saint Germain, la Grande Piscine Rochechuart, Fantaisies Oller, La Bombonnière y el Théâtre des Nouveautés. El barrio abigarrado y en las alturas era entonces conocido por sus precios bajos, lo que atraía a jóvenes, artistas y a gentes de mal vivir. El catalán pidió a Toulouse-Lautrec que le hiciera los pósters publicitarios, los mismos que ahora vemos en las tiendas de souvenirs de París. Él dibujó a la famosa bailarina La Goulue, su musa y compañera de borracheras, la misma con la que se decoran los bares y restaurantes de cualquier país.
Después del incendio de Nôtre Dame me ha dado por pensar que las almas bohemias y los otrora miserables andan enredando por esa ciudad que vivirá este verano al ritmo de las competiciones y luces nocturnas de los Juegos Olímpicos. Las aspas y no digamos las letras serán recuperadas y colocadas en su lugar, el barrio hoy ocupado por africanos en general será visitado por los turistas, pero lo que está claro es que no es posible recuperar todo lo que se derrumba.
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