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Empecé como una simple 'voyeur' y también acuciada por quienes me decían que debía estar presente en las puñeteras redes. No hay nada mejor para perder el tiempo que observar la manera en que los demás tratan de venderse. Deseché desde el principio seguir a ' ... influencers' de la edad de mi hija, vendehumos o plomos que hablaban de sí mismos para que el universo les compensara por tanta perfección. Las caritas, posturas, mohínes y sorpresas elaboradas me parecieron un fiasco, pero luego llegaron las recetas, las tendencias infinitas de comerse la cabeza para no ingerir un gramo de hidrato de carbono, los pasteles con ingredientes desconocidos y desde luego las madres perfectas.
Había que encauzar el interés o el megaalmacén mundial me dejaría sin tiempo ni de bajar la basura, de tantos dulces sin azúcar y bizcochos 'keto' que salían de mi cocina. Seguí a esas decoradoras de interiores que hacen maravillas con sus escasos 250 metros de piso con jardín y que decoran todo en color blanco y beige porque sus moradores son almas impolutas. Descubrí el retapizado, los arreglos florales y desde luego el punto; me hice un jersey con una manga más larga que otra y le puse una pantalla a una lamparita que parecía mordida por ratones.
Pelillos a la mar. Todo iba bien, almacenaba remedios insospechados como una jovencita y era capaz de hacer unas mezclas a base de bicarbonato, pasta de dientes y vinagre que se llevaban por delante hasta las manchas tan difíciles de borrar como las de la estupidez o la de la ambición. Enganchada a la actividad innecesaria y que no me pedía respuesta, me di cuenta de que pasaba horas mirando la pantalla. Como un amor cómodo, pero descafeinado, abandoné el vicio con culpa varias veces, pero volvía.
Traté de enderezar el despropósito ciñéndome a la literatura, librerías, editores, escritores, blogs de mi interés. Me sentía abducida sin remedio, hasta que esta mañana me ha llegado un mensaje publicitario cuya procedencia era «Quiero ser un 'best seller'». El anuncio era de un taller literario gratuito. Una voz en 'off' anunciaba que tenían la misión «casi divina» de buscar nuevos talentos literarios. Y susurrándome me sugirió: «Si crees que ha llegado el momento de dejar tu huella en el mundo, te estamos esperando». Me llevó casi tres años escribir mi ultima novela, 'La frontera lleva su nombre', que espero que todos mis lectores hayan leído, y la promesa que me hacía aquella voz, mientras una mujer tocaba una bola de cristal, resultó mano de santo. Me he puesto a escribir sin la ayuda de los gurús y sin el ruido que hace lo que no necesitamos.
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