Me hallo en un hospital a donde no tenía intenciones de venir en este extraño verano. Aun a pesar de las situaciones adversas que atravieso, el edificio es nuevo, luminoso y debe de tener en nómina un gallo llamado Jacinto que canta cuando le da ... la gana. Aquí, alguien ha pensado en nosotros con detenimiento pues casi todo está asegurado, alimentación, temperatura, limpieza, atención... Sabemos que perderemos la consciencia, al menos un rato, que no seremos capaces de abrir un yogur o de ir al baño y que deberemos entregar la dignidad a cambio de la vida. Pero en este palacio del contribuyente se puede buscar la ternura en los uniformes de colores que trajinan los pasillos; verde, rosa, azul, gris o blanco.

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El blanco del médico, el gris de ese celador que te pasea como un guía romano por el laberinto de pasillos y corredores, el azul de las enfermeras o el rosa de las auxiliares. Uno atraviesa la puerta principal queriendo huir, pero una vez rechazada la idea y llegando a tu cama, el dolor se asienta, la grieta o lo que vaya siendo el objeto de reparación se asume y un proyecto de despersonalización en toda regla se inicia cuando te atas los lacitos del camisón que te deja el culo al aire.

Entonces vuelven los ángeles de colores, emitiendo destellos, los verdes sonríen y desinfectan, las rosas te hacen preguntas íntimas como si les interesara el número de zapato que usas, y empiezas a notar que esas voces que te desean buenos sueños se vuelven auténticos faros en la noche interminable. Si se pudiera aleccionar a las células, redirigir a las bacterias, seguro que lo haríamos de rodillas y tres veces al día, pero al menos seguimos teniendo ángeles que con una sonrisa atracan a mano armada al miedo, abren la puerta a la esperanza y deslizan el sentido del dolor para quitar arrogancia a la decrepitud.

Los de azul tienen la llave del paraíso, son los 'camellos' que distraen el insomnio que provocan las puertas que se abren y se cierran, Jacinto el cantante o los ronquidos que emite tu compañera. Todos esos ángeles tienen nombre: Iker, Esther, Bego, Idoia, Nani, Paco, Sheila, María Victoria o Raquel. Todos ellos atraviesan el espacio aéreo de mi mirada y sonríen con un lazo rosa en la cabeza para recordarte que una semana después te volverás a calzar y buscarás en el espejo las huellas de los dolores que sentiste. Quiero dar las gracias a esos ángeles de colores que te diagnostican, se ocupan de ti, te asean y miman. Pensar en este mundo sin ellos no es decente, no comprendo que seamos tan pérfidos teniéndolos a ellos tan entregados.

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