Todo se ha vuelto tan importante, tan urgente, que las cosas que fueron verdaderamente importantes ya no lo parecen tanto. Como prueba de lo que vivimos, hay quien, ante la perspectiva de morir intubado en un hospital, prefiere no llegar a eso y quitarse de ... en medio. El terror no es ya cercano: nadamos en él, estamos sumergidos en un líquido denso y espeso de malas noticias mezclado con ansiedad y miedo al futuro. No son las mejores condiciones para tomar la decisión correcta en los temas que marcarán nuestra vida en adelante. Pero hay que tomar esa decisión y todas las que vengan.
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Mi hijo Hugo va al instituto en unos meses. Mi bebé es ahora un tío con camisetas de grupos de rock y de Super Mario alternativamente. El tiempo es un piano de cola en mi espalda, pero es un piano. El enorme peso del paso de los años tiene como fruto a mi rubio campeón del Dark Souls, por lo tanto nada de malo hay en ese peso, todo lo contrario. Mi transitar el planeta ha sido ya provechoso, pase lo que pase en adelante, y ahí está mi hija Martina para corroborarlo.
El caso es que, por muy orgulloso que esté de mis pequeñines, ya no son tan pequeñines y hay que elegir instituto para Hugo esta semana. Podemos fallar en una decisión profesional, podemos equivocarnos en la casa que compremos o en la ciudad que vivamos, pero no en el instituto de los críos. Una decisión aparentemente tan sencilla lleva consigo el futuro de ellos, nuestra estabilidad emocional y la felicidad de los cuatro. Lo escribo y me dan ganas de tomarme un Lorazepam de los que llevan dosis ilegales en España pero no en México.
Hay que acertar. Para eso lo primero es mirar a mi experiencia. Yo fui a dos institutos, el Ingeniero La Cierva, un centro de FP y el Alfonso X, donde hice COU en el nocturno. Los dos fueron experiencias positivas. En el primero recibieron a un salvaje de 15 años con un mínimo respeto al poder establecido. Todos los días me cruzo con el que fue mi jefe de estudios camino del colegio. Él lleva a su nieta (este país lo mantienen en pie los abuelos) y yo a mis hijos. Nos cruzamos con mascarilla y yo con gorro, de tal forma que solo se me ven los ojos. Y Julián me saluda. ¿Qué años le hice pasar yo a ese hombre para que, pasadas tres décadas, me reconozca solo por los ojos? El mérito de aquel instituto es grande, yo era un fracaso escolar de libro con complicaciones que ahora, siendo ya un señor mayor, entiendo, y me convirtieron en un alumno motivado. Cuando pasé al Alfonso X recibí la ayuda última que hizo de mí un miembro útil a la comunidad. Una profesora de Latín, Encarna Sarabia, dio el último empujón, una ayuda que fue decisiva para que pudiese llegar a la Universidad y construir mi futuro. Ni olvido ni olvidaré lo que hizo por mí, como no olvidaré qué representó el Alfonso para mí. Hay que rendir homenaje a los buenos profesores que tuvimos, porque no siempre tenemos buenos profesores.
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Todo esto me ha enseñado que, como dicen los publicistas, los lápices tienen goma por algo, que los errores muchas veces se corrigen, que un suspenso no es un drama y que los gritos, como los internados, no sirven para nada.
Carolina ha trabajado el 'Expediente Instituto' de una manera exhaustiva, como hace todo lo relativo a los críos. Ella acertó con su colegio, María Maroto, donde no solo han aprendido, sino que son felices. A veces se nos olvida, pero los que tenemos hijos de la generación del 'baby boom' del 2008-2009 (siempre bromeamos con que fue por el cheque bebé de Zapatero) recordamos el drama en los parques, con nuestros todavía bebés, ante la posibilidad de que no entrasen en los colegios deseados.
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Todo vuelve, y aquellos días han vuelto. Carolina ha encontrado el instituto perfecto. Ha seguido las charlas por Zoom, ha descartado dos, uno de ellos el que más cómoda nos hacía la vida, y ha escrutado como un microbiólogo cada micra para que el contexto en el que se desarrollarán estos dos adolescentes sea el mejor. No debe ser conflictivo, pero tampoco sobreprotector. Deben afrontar la dureza de la vida y para ello no es bueno meterlos en una burbuja. Un día les pegarán y tendrán que pelear. No porque queramos, es que todos hemos tenido que pelear alguna vez. Sufrirán a los abusones, pero no serán ellos los que abusen, eso corre de nuestra cuenta y de su propia y excelente naturaleza. Deben asumir que no siempre serán los mejores, pero que nunca deben dejar de intentarlo y deben entenderse como sujetos creadores con la obligación de hacer mejor el mundo que habitan mientras lo habiten. Con una distancia excesiva entiendo que los nidos se vaciarán un día y se me encoje el pecho. Un día dejamos de ser hijos para ser padres y nadie nos dice lo duro que es eso. Como parte del cometido está la obligación de acertar siempre en las decisiones, y esta consiste en encontrar el hábitat formativo de un adolescente, pronto de dos.
Pero hay algo que tenemos muy claro, y es que esto ocurrirá en un centro público, por supuesto.
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