Las elecciones celebradas el pasado martes en la Comunidad de Madrid se convocaron con el pretexto de la fallida moción de censura presentada en la ... Región de Murcia. El sorpresivo adelanto electoral de Isabel Díaz Ayuso, junto con el intrépido movimiento de Pablo Iglesias al dejar la Vicepresidencia del Gobierno y presentarse como candidato de UP, así como la decidida presencia de los distintos líderes nacionales (Sánchez, Casado, Arrimadas y Abascal), han caracterizado una campaña crecientemente polarizada y realizada en clave nacional; una campaña que se ha movido entre tópicas y abrumadoras simplificaciones («comunismo o libertad», «democracia o fascismo»), más cercanas al «pensamiento mágico» que a la búsqueda de propuestas que remedien los problemas de los madrileños y, si ha lugar, los del resto de los españoles.
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En principio, las elecciones en la Comunidad de Madrid, donde vive un poco menos del 15% de la población española, no deberían tener más importancia que las de otras comunidades autónomas. Sin embargo, en la práctica, vivimos en un país que, a lo largo de su historia, ha estado marcado por una insistente tradición centralista y, aunque es cierto que desde hace más de 40 años tenemos un estado de las autonomías, el peso de la capital sigue siendo muy importante en lo real y en lo simbólico. Todavía es casi imposible viajar de un lado a otro de España sin tener necesariamente que pasar por Madrid, como consecuencia de una decisión tomada en el siglo XVIII: el trazado radial de las carreteras nacionales. Pero no solo confluyen en la capital las calzadas y los raíles, sino que Madrid sigue siendo el centro del poder económico, financiero, político y mediático. Por tanto, no sorprende la importancia de estas elecciones madrileñas para todos los españoles: en ellas se han implicado indeleblemente los primeros espadas de la política, y las mismas han sido fuertemente amplificadas por los grandes medios de comunicación que también tienen su sede en la capital.
Los resultados del 4 de mayo muestran una contundente victoria del PP y del bloque de la derecha, y un descalabro importante del PSOE y del bloque de la izquierda, pero, por encima de la coyuntura, muestran algo que se viene produciendo desde hace un tiempo: la liquidez de la política, un concepto acuñado por el sociólogo Zygmunt Bauman, en el que la realidad se define día a día y tiende a ser absolutamente inestable. Desde 2015, en la política española hemos contemplado un sinfín de vicisitudes. En ese año gana el PP las elecciones generales, aunque es incapaz de articular una mayoría de gobierno, y aparecen descollantes dos nuevas formaciones políticas en el Congreso de los Diputados: Podemos y Ciudadanos, encabezadas por Pablo Iglesias y Albert Rivera, respectivamente. En 2016 se repiten las elecciones, que vuelve a ganar el PP, logrando investir a Rajoy con la abstención de algunos diputados socialistas y la dimisión de Pedro Sánchez, el mismo que, tras el éxito de una moción de censura, consigue la Presidencia del Gobierno en junio de 2018. Nuevas elecciones en abril de 2019, ganadas por el PSOE y con un importante ascenso de Ciudadanos, que terminan sin investidura, y que hay que repetir en noviembre de ese mismo año, produciéndose entonces un gran desplome de Ciudadanos que lleva a la dimisión de Rivera. En enero de 2020 echa a andar el Gobierno de coalición PSOE-UP. A partir de ese momento, entre el desasosiego de la pandemia, cuatro elecciones autonómicas: en Galicia y País Vasco no se producen grandes cambios, pero en 2021, en Cataluña triunfa el PSOE y el PP queda relegado al último puesto, mientras que en Madrid triunfa el PP, el PSOE se desploma, Ciudadanos desaparece del mapa e Iglesias dimite y deja la política. En tan poco tiempo, tantos vaivenes confirman que vivimos no solo en la liquidez, sino hasta en la liviandad o en la etereidad.
El impacto de los resultados de estas elecciones fuera de Madrid, por un lado, alejan el posible adelanto electoral a nivel nacional, ya que los partidos de la coalición (PSOE-UP) tienen que intentar rehacerse, pero, por otro, puede tentar a los populares a convocar elecciones en Andalucía para fagocitar a Ciudadanos y, por qué no, a López Miras a hacer lo que le están pidiendo todos los partidos presentes en la Asamblea Regional, es decir, convocar también elecciones en la Región y, dada la atonía del PSOE y la agonía de Ciudadanos, con muchísima probabilidad la derecha obtendría igualmente una gran victoria en Murcia.
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