Parece el título interminable de una película de Peter Greenaway: 'Ayuso arrasa, Más Madrid sorpasa al PSOE, Cs desaparece de la Asamblea e Iglesias abandona ... la política'. En sí mismo, constituye un microrrelato que resume las consecuencias de uno de los procesos electorales más bizarros y astringentes que se recuerdan. Sorprende que el sentimiento que, entre el ejército de analistas patrios, dejan los resultados del 4-M sea el de una estética melancolía, causada por la perplejidad y la dificultad para comprender el triunfo sin paliativos de los mensajes simples. En realidad, nadie debería de extrañarse del éxito del 'simplismo' cuando la mayoría de los partidos –cabe ver en Más Madrid una excepción a este panorama desolador– han jugado a ver quién ofrecía las consignas más desustanciadas posibles, con el fin de atraer al mayor número de electores. La campaña electoral a la Comunidad de Madrid se ha ido depauperando día tras día, hasta quedar reducida a un mero concurso en el que aquello que se premiaba era la seducción del eslogan. Y no olvidemos que –como afirmó Baudrillard– la seducción es una experiencia superficial que se dirime sobre la piel; carece de profundidad, no arraiga como fundamento de nada.
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En este contexto de política epidérmica, resulta innegable que la figura con mayor capacidad de seducción ha sido Isabel Díaz Ayuso. Cada sociedad marca sus prioridades, y es evidente que, en este caso, el factor preferido por los ciudadanos de Madrid no ha sido el intelectual porque, en ese caso, Ángel Gabilondo habría sido el claro vencedor. Resulta incontestable que Díaz Ayuso ha jugado las cartas del populismo, pero reducir a este exclusivo factor el éxito por ella logrado sería cerrar los ojos ante una realidad más compleja. El auge de la ideología de ultraderecha es el principal problema que amenaza el futuro más inmediato de España. Pero en Madrid no hay un 1.600.000 ultraderechistas. Ayuso ha recibido votos de Cs y de Vox, pero también del PSOE. Para entender esta convergencia de 'votos prestados', es necesario partir de un hecho: hasta el 4-M, ninguna de las elecciones celebradas durante el último año –Galicia, País Vasco y Cataluña–, así como la mayoría de las encuestas publicadas, han reflejado el efecto de la pandemia y de la aguda crisis económica que deriva de ella. Parecía como si la sociedad española hubiera entrado en un estado de narcolepsia prolongada que le impidiera tomar conciencia y reaccionar ante un contexto tan devastador. Pues bien, los resultados de Madrid ofrecen la novedad de ofrecer, por vez primera, las consecuencias de la interferencia del actual marco de crisis en los mecanismos de elección de los ciudadanos.
Imaginemos que la sociedad fuera la protagonista de ese cuento tradicional infantil titulado 'La Bella durmiente'. Después de un largo periodo de sueño, despierta súbitamente tras ser besada por un príncipe. Nada más abrir los ojos, cae perdidamente enamorada del primer rostro que ve: el de él. Sigamos imaginando y sustituyamos ahora al valeroso príncipe por la figura de una política que, por primera vez desde que se inició la pandemia, transforma el discurso del miedo del resto de representantes autonómicos por mensajes que hablan en positivo: comercios y restaurantes abiertos, hay que seguir viviendo. Para una gran parte de la sociedad –aquella que no ha sufrido la muerte de un familiar, de alguien cercano–, tal discurso se asemeja a aquel beso del cuento que despierta a la protagonista de un dilatado sueño. En un contexto marcado por la política de la culpa, por las restricciones y ruedas de prensa admonitorias, alguien se atreve a decir lo que muchos tenían reprimido y no se atrevían a expresar: que la economía también importaba y que mucha gente se estaba arruinando. Y, cuando la sociedad abrió los ojos y lo primero que vio fue el rostro de Díaz Ayuso, surgió el romance. Si, en lugar de ella, la primera imagen hubiera sido la de otra persona, el flechazo habría sido con esa otra persona. En rigor, aquello que verdaderamente cuenta es quién estaba allí, cuando la sociedad se desperezaba.
Lo que comenzó como un mero desafío al Gobierno de Sánchez –negarse a cerrar los bares–, terminó por convertirse en una estrategia política de amplio recorrido. Podría afirmarse que Ayuso se encontró con esta arma política por el camino. Más que de una decisión predeterminada, diseñada reflexivamente, se trata de lo que surrealistas llamaban un 'objet trouvé' –un 'objeto encontrado' al azar–. Y una de las cualidades del 'objet trouvé' es que permitía al espectador sacar sus deseos más ocultos y reprimidos –que es lo que ha sucedido con la 'política de bares abiertos' de Ayuso–. La posibilidad de que el 'fenómeno Ayuso' marque un cambio de tendencia y se extienda al conjunto de España es poco probable. El 'efecto Bella Durmiente' es personalista y no se entiende desde las siglas de ningún partido. Además, el resto de barones autonómicos del PP –incluido su compañero de la Región de Murcia– han optado por una política completamente contraria a la de Ayuso: la de los mensajes en negativo. Una parte del electorado ha votado al 'PP de Ayuso'; pero un porcentaje mayor ha confiado su voto a Ayuso y nada más que a Ayuso. Cualquier extrapolación al contexto nacional solo se podría realizar a costa de desvirtuar la realidad de los hechos.
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