Educación para después de una pandemia
EL FOCO ·
Sin una enseñanza equitativa y de calidad no puede haber desarrollo económico y social, ni mejores empleos ni progreso. Es la herramienta más eficaz para construir el futuroEL FOCO ·
Sin una enseñanza equitativa y de calidad no puede haber desarrollo económico y social, ni mejores empleos ni progreso. Es la herramienta más eficaz para construir el futuroEscuchaba estos días en la radio a una niña beirutí expresar su urgencia por volver a la escuela. La terrible explosión producida a primeros de agosto en la capital del Líbano –que dejó 190 muertos, 6.500 heridos y 300.000 personas afectadas por la destrucción o daños en sus hogares– había dañado también su colegio, aunque el edificio aún seguía en pie.
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Me conmovieron sus palabras. Defendía con vehemencia la importancia de la educación para su futuro y, por tanto, para el de su ciudad y su país. Reivindicaba su derecho a seguir estudiando por encima de cualquier otra cosa, incluso en una ciudad devastada que tampoco se ha librado de la pandemia de la Covid-19. Quizá por eso, de mayor quiere ser médica.
A pesar de la enorme distancia que, en todos los sentidos, nos separa de Beirut, nosotros defendemos con la misma vehemencia el derecho a la educación y la importancia de abrir la escuela porque la educación es la herramienta más potente, más efectiva y más equitativa para construir el futuro de un país.
El historiador Jean Delumeau, fallecido en enero de este año, nos advierte de que las epidemias del pasado desestructuraron el entorno cotidiano de nuestros antepasados y fueron caldo de cultivo para instigar ansiedades y pánicos colectivos ante el bloqueo de proyectos de futuro.
La actual pandemia ha puesto de manifiesto nuestra tremenda vulnerabilidad, ha alterado enormemente nuestro entorno cotidiano y ha sacado a la luz la urgente necesidad de impulsar proyectos que apacigüen la ansiedad y el temor colectivo al futuro. Entre esos proyectos, uno esencial es la transformación y modernización de nuestro sistema educativo.
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Comprendo la inquietud de las familias ante el inicio del nuevo curso escolar. Pero quiero decirles que los beneficios de la educación presencial son infinitamente mayores para sus hijos e hijas que los eventuales riesgos que puedan correr. Todas las administraciones educativas –estatal, autonómica y los equipos directivos de los centros– hemos trabajado conjuntamente para que la vuelta a la escuela se haga en las mejores condiciones de seguridad sabiendo, como sabemos, que el riesgo cero no existe y que el virus está en todos los ámbitos en los que se desarrolla nuestra vida, tanto en las aulas como fuera de ellas.
Después de duros meses de confinamiento, la sociedad entera ha abierto sus puertas y, si la sociedad está abierta, las escuelas tienen que abrirse también. Esa apertura es necesaria para evitar una catástrofe generacional por la pérdida de talento y el aumento de desigualdades preexistentes que supondría no hacerlo, como afirma el secretario general de la ONU, Antonio Guterres. Hay un amplio consenso internacional que lo respalda porque la enseñanza es un sector esencial que deben priorizar los gobiernos.
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El Gobierno de España desde luego lo ha hecho. Ha respondido a esta crisis sin precedentes con una importante inversión adicional en educación. A diferencia de otros periodos de crisis en los que otros gobiernos recortaron en educación y sanidad, el Ministerio de Educación y Formación Profesional ha duplicado su presupuesto poniendo a disposición de las comunidades autónomas 1.600 millones del fondo Covid (otros 400 más para universidades); 310 millones para el Plan de Modernización de la Formación Profesional; 191 millones para el Plan Educa en Digital y 40 millones en el programa PROA+ de refuerzo educativo y prevención del abandono escolar temprano. A esto hay que añadir el incremento de 386 millones de euros en becas, lo que supone un 22% más que el curso pasado, hasta llegar a los 1.900 millones de euros.
Son 2.500 millones adicionales que permitirán a las comunidades autónomas contratar más profesorado, reforzar la capacitación digital docente, reducir la brecha digital del alumnado y evitar que aquellos más vulnerables sigan padeciendo de una manera más aguda las desigualdades. Todo ello para un curso que, de nuevo, examinará la resiliencia del sistema educativo y su capacidad de adaptación.
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Nuestro sistema educativo tiene grandes fortalezas, pero tiene también graves carencias que hace tiempo hemos detectado y en cuyo diagnóstico coincidimos todos los actores educativos. La OCDE ha señalado en un reciente informe algunas de ellas.
La pandemia pasará. Aunque surgen brotes de escepticismo irracional y milenarista de algunas minorías que erosionan la confianza común, este virus invisible que ha alterado de una forma tan cruel y despiadada nuestras vidas, que ha causado tanto dolor y que nos ha llevado a una gran crisis económica y social acabará siendo doblegado. Los niños y niñas volverán a jugar juntos en los patios y podrán compartir juguetes y confidencias sin temor a la distancia. Pero cuando esta tremenda ola pase, necesitaremos un sistema educativo fuerte que nos permita afrontar el futuro con determinación y confianza.
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La digitalización, un currículum educativo menos enciclopédico y basado en competencias, la atención personalizada, el impulso a la carrera docente, la atención a la diversidad o la modernización de la Formación Profesional son solo algunos de los aspectos que aborda nuestra propuesta de transformación del sistema educativo, cuya piedra angular es el Proyecto de Ley de Educación, la LOMLOE.
Si los resultados de nuestro sistema educativo ya habían puesto de manifiesto la necesidad de cambio, la pandemia no ha hecho sino revelar su urgencia.
Confío en que el interés social y mediático que esta vuelta a clase está suscitando persista más allá del virus. Porque los mejores sistemas educativos son aquellos que cuentan con el respaldo de las familias, con el respaldo de una sociedad que comprende que sin una educación equitativa y de calidad no puede haber desarrollo económico y social, ni mejores empleos, ni progreso, en definitiva.
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La verdadera función de la escuela, más allá de las contingencias provocadas por esta crisis sanitaria, es garantizar el derecho a la educación porque la educación es eje de todo cambio, personal y social. Es puerta a la economía y, por todo ello, la herramienta más eficaz para construir el futuro. Esa tarea, sí que merece toda nuestra atención.
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