El accidente ocurrido ayer en la estación de esquí de Astún, en Huesca, saldado por fortuna sin daños personales irreversibles, desató un pánico tan comprensible ... como inevitable en quienes lo sufrieron en primera persona, además de alarmar a aquellas otras personas que disfrutaban de la nieve y a los ciudadanos que asistieron a la noticia con la angustia de un desenlace que cabía temer mucho peor. Basta con intentar ponerse en el lugar de las víctimas para hacerse una idea del pavor provocado al encallar un telesilla a 15 metros de altura por el, en principio, fallo en una polea que hizo que el cable se destensara y el artilugio lanzara al vacío a sus ocupantes. El presidente de Aragón, Jorge Azcón, aseguró a pie de estación que el aparato había pasado las inspecciones correspondientes. Pero la investigación abierta por la Guardia Civil y dirigida por el juzgado de Jaca será la encargada ahora de determinar si el siniestro se debió a una mera fatalidad o si ha existido alguna falla, negligente o no, en el mantenimiento de las instalaciones. Una aclaración que se debe en primer término a los afectados, pero también a quienes utilizan esta estación y otros entornos de ocio en el país confiando en que lo hacen con plena seguridad.
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