Pocos escenarios pueden parecer más inadecuados para aplicar la caprichosa diplomacia que Trump receta al mundo cada mañana que el de Oriente Próximo. Israel y ... Hamás le regalaron un alto el fuego en Gaza con el que adornar su retorno a la Casa Blanca. Siete semanas después, la tregua ha contribuido a aliviar el asedio por fuego y hambre a los 2,3 millones de civiles que sobreviven en la Franja, pero ya no. Hoy se cumplen ocho días desde que el Gobierno de Tel Aviv decidió reescribir los términos del pacto que entró en vigor el 19 de enero. La primera fase de este acuerdo había llegado a su fin entre obstáculos de ambas partes, y ahora la continuidad del proceso para recuperar a todos los rehenes del 7-O, retirarse del territorio ocupado y avanzar hacia la paz está bloqueada. Y la asistencia a los gazatíes, de nuevo reducida a cero por Netanyahu.

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Como en el conflicto en Ucrania, donde el presidente de Estados Unidos persigue ante todo aparecer como el artífice de un trato al precio que sea, los pasos de Trump no se detienen ante el Derecho Internacional cuando imagina Gaza como destino turístico después de expulsar a su población a la fuerza. Ni duda en desairar a su gran aliado en la zona al hablar directamente con Hamás para conseguir la liberación de rehenes con nacionalidad estadounidense. Una decisión, la de tratar con una organización que Washington considera terrorista, que revela cansancio con la represalia de quince meses de guerra llevada a cabo por Israel. Y que desatiende la gran preocupación que provocan la creciente violencia de colonos y militares israelíes en Cisjordania, el potencial explosivo de restringir el culto en la mezquita de Al-Aqsa en el primer fin de semana de Ramadán y la negativa a abandonar el sur de Líbano.

En su primer mandato, Trump bendijo la anexión ilegal de los Altos del Golán y trasladó a Jerusalén la Embajada estadounidense. Ni entonces ni ahora parece dispuesto a desplegar una iniciativa de paz. Tampoco a tener en cuenta los limitados esfuerzos árabes por contribuir a la reconstrucción de Gaza manteniendo allí a sus habitantes. Ni a reparar en la desestabilización que estos días asoma en la vecina Siria, donde el Gobierno interino que expulsó del poder a Bashar el-Asad hace tres meses combate contra focos de resistencia de la dictadura. El riesgo de atizar el enfrentamiento sectario y activar las ambiciones de Turquía y el propio Israel es grande.

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