Un amenazado de muerte puede perder el miedo, lo que no puede perder es la memoria. El escritor Salman Rushdie fue condenado a morir asesinado allá por el año en que las ranas criaban pelo, por un allatolah musulmán llamado Jomeini –hoy recordado entre los ... jóvenes punks gracias a la cancion que le dedicó el grupo gallego Siniestro Total– quien llevaba siempre una especie de nube redonda muy negra encasquetada en la cabeza y hablaba todo el tiempo señalando con el dedo índice al cielo, algo que mucho después puso de moda entre los delanteros centro al celebrar los goles. Ocurrió en 1989, parece que fue ayer. Y si a mí me parece que fue ayer, al que tiene que parecerle que fue hoy es al escritor sentenciado a muerte, que se había olvidado. No creo que sea una buena idea olvidarse del pequeño detalle cuando lo emite el fanatismo islámico.

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Como tampoco parece la mejor idea creer que porque te encuentras en los Estados Unidos de América ya no te puede pasar nada, que es el equivalente a pensar que no existen los osos cuando te has refugiado en una osera. Como ha demostrado la Historia, si hay algún sitio especialmente menos seguro entre todos los no seguros en absoluto ése es el país que preside Joe Biden. Los Estados Unidos es un gigantesco cartel de neón que pone «máteme». El escritor Rushdie ya llevaba la muerte en el apellido, si lo traducimos del inglés, y el fanático de ascendencia iraní (no creo que sea de mucha ayuda que los medios lo llamen «hombre de Nueva Jersey») se llama Hadi Matar, que no hace falta traducir al castellano. Todo estaba escrito. Incluso el libro por el que Salman Rushdie fue condenado a que lo asesinaran por blasfemia. Hace veintitantos años el Gobierno iraní dijo «no compartir» ese castigo dictado por su predecesor, lo cual en el lenguaje de esta gente solo puede significar que corras a esconderte en Marte, porque no comparten pero ejecutan. El escritor se creyó perdonado por quienes carecen de la misma noción de perdonar, ya que la muerte por blasfemia la ordena su mismo Dios, quien no se caracteriza por cambiar a menudo de parecer.

Rushdie empezó en 1989 teniendo cincuenta guardaespaldas y se cambiaba de casa cada tres días. Hasta llegar a cero guardaespaldas, casa fija en la poco conocida localidad de Nueva York y una necesidad acuciante de tomar rabos de pasa. Realmente pensó que ya había transcurrido demasiado tiempo, pero ya saben aquello que dicen los musulmanes a los infieles: «Ustedes tienen los relojes, nosotros tenemos el tiempo». Han demostrado ser los dueños del tiempo. Este ajuste de cuentas 'a divinis' va a obrar un gran efecto sobre los intelectuales del mundo. Va a remover muchas conciencias, pero solo las de aquellos que osaban emitir pálidas críticas al Islam, que ahora han comprobado que tal vez estaban equivocadas y desde luego eran poco sanas. Si Occidente no ha sido capaz de salvar a Rushdie, su gran símbolo laico, nada está a salvo.

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