Estarán conmigo en que una de las escenas más desagradables que puede ofrecer una ciudad es la de gentes durmiendo en la calle. No se trata de jóvenes que aprovechan el buen tiempo para hacer turismo barato; la poca edad permite actividades prohibitivas para la ... inmensa mayoría del personal. Ni tampoco me refiero a aquellos a quienes les gusta la naturaleza, y son capaces de dormir al pie de un árbol entre guijarros y matujas. No. Me refiero a quienes duermen en la calle por necesidad. Eso no es exclusivo de las ciudades de mejor clima; he visto dormir a la intemperie a personas embutidas en abrigos y mantas que las resguardaran del frío.
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En mi municipio, la escena viene repitiéndose con harta frecuencia. No es difícil ver, en los portales de cualquier establecimiento cerrado por liquidación, indigentes que hasta se montan pequeños habitáculos (pisitos iba a decir) con cartones y cajas, desechos de contenedores. En una antigua Cajamurcia de la calle Rambla pueden ustedes asistir al espectáculo. También, en unas preciosas y cuidadas rampas construidas, no hace mucho, en los jardines del Teniente Flomesta, siempre hay uno o varios indigentes durmiendo tan ricamente, en colchones naturales de azulada materia flexible. En tales habitáculos, por cierto, se pueden leer rótulos tan significativos como AMA, RESPIRA o DISFRUTA, e incluso uno tan paradójico que dice SUEÑA.
Esa necesidad de dormir en la calle no se circunscribe al buen tiempo. Hace apenas unos días, en otro portal entre Trapería y el popular bar Orly, calle Montijo, vi con mis propios ojos uno (o una) envuelta en una manta, pues caía una de esas contumaces lluvias que nos ha regalado esta primavera. ¡Estaba mojándose! Y todo eso en el puro centro. Ni asomarme quiero a los alrededores de la estación de autobuses.
Enseguida nos viene, como buenos judeocristianos, la pregunta del millón: ¿de quién es la culpa? Muchos dirán que del presidente Sánchez; otros, del Ayuntamiento que se despreocupa de temas como este; algunos, de que no tenemos los servicios sociales que una ciudad como la nuestra merece. Más importantes me parecen las conclusiones a las que llegan organizaciones como Cáritas, que insisten en la paupérrima situación de los pobres en España, valga la redundancia, que crece y crece ante nuestra pasividad, con cifras que, de pensar en ellas, nos llevarían a la desesperación. No a todos, no. Un consejero de la Comunidad de Madrid, preguntado al respecto, les dijo a los periodistas, mirando displicentemente a un lado y a otro, si es que alguien veía pobres por algún lado. No hay peor ciego que el que no quiere ver.
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Algunas veces he prestado atención a reportajes que intentan penetrar en el porqué de la situación de tantos indigentes que han de buscar a diario bocado y cama (es un eufemismo), y la contestación viene a ser la misma: por necesidad. Los clásicos decían que la necesidad tiene cara de hereje; a nadie le gusta. La falta de trabajo es la causa mayor de esta vergonzante situación, y, junto a ella, la desestructuración familiar que origina. Un entrevistado decía que lo mandaron al paro, que no encontró nuevo trabajo, que la tomó con la bebida, que la mujer no lo aguantaba y a la calle. Este viene a ser un modelo bastante repetitivo. Alguno de los que van a la sopa boba de Jesús Abandonado, cuando me piden una limosna, cuentan historias similares. ¿Qué hago?, dicen. A mis más de cincuenta años, ¿cómo voy a encontrar trabajo? Mi familia no me quiere ver, posiblemente tengan razón; en situaciones como estas, a uno se le va la cabeza...
A algún amigo directivo o colaborador de una de estas instituciones de caridad le he preguntado si es que no hay un servicio para obligar a esos durmientes callejeros a llevarlos bajo techo. Sí que lo intentan. Y tienen llenos dormitorios y comedores en donde los pobres no pueden estar más allá de un tiempo determinado. Pero otros... otros se niegan a moverse de sus cuatro cartones y carrito de Mercadona, por razones difíciles de comprender, pero reales.
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Contestando a esa pregunta que dejé en el aire antes, cuando veo de cerca situaciones como las descritas, creo firmemente que la culpa es de todos. De una sociedad que, a pesar de crisis económicas, pandemias y guerras, vive cómodamente apegada a su mando a distancia. Por eso, como con la tele, cuando vemos escenas de gentes durmiendo en la calle, cambiamos de canal y en paz.
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