La donación consiste en el reemplazo de un órgano vital enfermo, sin posibilidad de recuperación, por otro sano. Por desgracia, es posible que muchos no ... reciban nunca la llamada informándoles que han encontrado el donante que va a proporcionarles el órgano que esperaban.

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Lo primero que hay que reconocer es que, si España anda atrasada en determinados 'rankings' europeos, en materia de donantes de órganos ocupamos uno de los puestos de cabeza, siendo un modelo de referencia internacional. A nivel regional, Murcia merece mención especial, lo que debe hacernos sentir mucho orgullo de ser tan espléndidamente generosos, tanto por el número de donantes, como por el número de trasplantes realizados, destacando a este respecto el protagonismo de nuestro Hospital Virgen de la Arrixaca.

No hay que desechar el elemento económico que lleva implícita la donación de órganos, pues no solo contribuye a mejorar la calidad de vida de los beneficiarios, sino que supone un importante ahorro, frente a tratamientos sustitutivos y paliativos.

Es obvio que, para que haya donación de órganos, tiene que haber donantes y, aunque Murcia y España son especialmente prolíficas en esta materia, hay que reconocer que todavía la cultura de donación de órganos es débil, influyendo en ello algunas variables, como la educación, el nivel económico, o el desconocimiento del concepto 'muerte cerebral'.

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Argumentos como «soy demasiado viejo para donar», «he pasado tal o cual enfermedad», «el temor a desconocer lo que ocurrirá al cuerpo después de muerto», etc., contrarrestan y muchas veces vencen al altruista deseo de donar. Es incuestionable que toda donación tiene un impacto, más o menos pronunciado, sobre el donado, el donante y la familia del donante. El destinatario de la donación, aparentemente, es el primer y principal favorecido de aquella. La aparición del donante es el fin de la parte más difícil que tiene que soportar el donado, pues esa situación de espera indefinida es una terrible pesadilla, insoslayable. Por fin se abre una ventana a la esperanza de vivir una nueva vida, sin necesidad de tener sobre su cabeza una espada de Damocles que nunca sabes cuándo caerá, al ignorar en qué momento llamará a la puerta la muerte. La posibilidad de llevar una vida normal es como tener la sensación de haber vuelto a nacer.

El beneficiario de la donación, siempre que estemos hablando de una persona de bien, tendrá una eterna deuda de gratitud hacia su benefactor en caso de conocerlo, o a la especie humana en general, cuando, como ocurre en la mayoría de los casos, desconozca su identidad.

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Para quien expresa en vida su deseo de ser donante de órganos, venciendo todas las dificultades y trabas que dicha decisión implica, le cabe la satisfacción de saber que, con su muerte, dará vida a otras personas. No sabe quién o quiénes se beneficiarán, pero sabe que son personas necesitadas, miembros de la misma familia humana. Se podría decir que se convierte en una especie de dios, si no creando nueva vida, sí prolongando y mejorando la de otros.

El hombre más sabio del mundo nos dijo que no hay mayor gesto de amor que la entrega de sí mismo a favor de los demás. Cuando una persona dona un órgano de su cuerpo, está dándose a sí mismo, ciertamente está realizando uno de los mayores gestos de solidaridad y de amor.

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Por otra parte, para algunas personas que han hecho del egoísmo su forma de vida, la donación de sus órganos podría ser la última oportunidad de reconciliarse con ellos mismos, con los demás y con Dios, teniendo un postrero gesto de generosidad. Desaprovechar los órganos válidos de un fallecido es como desaprovechar los talentos que Dios ha dado a esa persona.

El dolor de las familias del fallecido es imposible de ser medido, pero se antoja inconmensurable en la mayoría de las ocasiones. La pérdida del ser querido es de las experiencias más traumáticas que pueden vivirse, máxime si se trata de una muerte inesperada. Si a eso le sumamos la inmediatez con que debe tomar la decisión de donar o no los órganos del ser fallecido, la situación se vuelve de un dramatismo absoluto. Para la familia del donante, aunque puede resultar muy difícil tomar la decisión de ceder los órganos, el hecho de saber que su ser querido ayudó a salvar o mejorar las vidas de otros, le ayuda a sobrellevar la pérdida. Por la misma razón, también el dolor y la aflicción por la desaparición de su ser amado es aliviado, sabiendo que parte de él sobrevivirá en otras personas. Y no digamos nada si las vidas que salva son varias, pues un mismo donante puede rescatar del corredor de la muerte hasta ocho personas, donando todos los órganos posibles de ser trasplantados.

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No cabe duda de la heroicidad de la familia del donante, cuando, afrontando el drama con auténtica solidaridad, transforma lo que podrían ser dos tragedias en una bendición para el receptor de la donación y una gran satisfacción moral para esa familia.

Las vidas de las personas se transforman: el donado, por el hecho de recibir el órgano que esperaba, le hace valorar más su vida y la de los demás; y la familia del donante, al convertir la pérdida en esperanza, concienciándose de que la muerte de su familiar no ha sido estéril.

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