Hay dolores insoportables. No podemos saber exactamente qué es un dolor ajeno, no podemos estar en el dolor de los otros, no podemos saber cómo es el dolor en una rodilla ajena. Podemos, no obstante, por comparación, por similitud, aproximarnos o vislumbrar el dolor que ... padecen otros por las razones que sean, sea un dolor físico o psíquico, un dolor espiritual o del alma, que diríamos para entendernos
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Leo estos días en la prensa que un hombre de un pueblo de la provincia de La Coruña ha regresado a su tierra natal tras pasar nueve años en una cárcel de Siria –que no debe de ser un hotel de cinco estrellas– sin saber muy bien por qué, aunque al parecer fue acusado de terrorismo por el régimen. Tiene gracia el asunto, pues ese régimen, ese Estado, es terrorista en sí mismo, un estado básicamente terrorista, que encarcela, expulsa y asesina sin ton ni son.
El hombre andaba por Berlín ganándose la vida cuando decidió viajar al país árabe, donde había estallado la guerra hace una década, para intentar enviar crónicas del conflicto, y acabó, bajo la acusación de terrorismo, en una lúgubre cárcel de aislamiento. Nueve años ha durado la tortura. Ahora ha regresado a su pueblo natal y vive en una vieja casa sin luz, y camina quince kilómetros cada día para almorzar en un comedor económico. Un lugar para desahuciados y gente con escasos recursos, imagino.
El hombre no parece especialmente triste ni resentido. Habla con estoicismo. Esos años son –dice– un aprendizaje. Soportar el dolor para fortalecerse. O algo así, estoy interpretando sus palabras a través del periódico. Pero... ¿fortalecerse de qué y para qué? ¿Como preparación para la muerte? Solo tenemos tiempo que se va agotando y si nos roban nueve años el dolor debería ser insoportable, como si te roban a un hijo. Uno, aunque sufra, puede entender estar en una cárcel por haber matado, robado o estafado. Pero si uno está encerrado por un error, por algo que no ha hecho y sin esperanza de apoyo social –por ejemplo, los luchadores por causas políticas o revolucionarias–, el dolor debería ser metafísico, insoportable. Ningún aprendizaje estoico vale tanto como el tiempo robado a una vida que por naturaleza es siempre breve.
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Es difícil ponerse en el lugar del otro, imposible, se dice en filosofía de la mente. Pero a mí me resulta insoportable solo imaginar el dolor del otro en casos como este.
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