A lo largo de su existencia, el cuerpo humano, en permanente contacto con la naturaleza, percibe los estímulos ambientales externos a través de los sentidos corporales. Los receptores sensibles especializados –la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto– captan las señales del ... entorno y transmiten la información por medio de terminales nerviosas hasta el cerebro. En este órgano de control central, verdadero puesto de mando del organismo, se recopila y procesa una ingente cantidad de datos, emitiendo órdenes oportunas para adaptarse en cada momento a las distintas contingencias del medio que nos rodea. Del mismo modo se integran en estas áreas cerebrales los mensajes provenientes de los órganos internos, para mantener una compleja y delicada homeostasis. Es decir, un ajuste constante de los parámetros que rigen sus actividades para ejercer sus funciones sin desequilibrios.
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Se trata de una maquinaria excelsa, de una complejidad inverosímil, que ajusta de modo constante un delicado sistema para que las reacciones bioquímicas, en las que se sustenta la vida, operen con normalidad cuando se ven forzadas por la alteración de sus valores. Son trastornos funcionales descubiertos al analizar parámetros que se mueven dentro de unos estrechos límites –conocidos por los análisis clínicos– de medidas como la glucosa, el colesterol o las de funcionalidad de cada órgano en particular. Sometidos a la influencia de las condiciones de calor, humedad, presión y tantos otros en caso de sobrecarga, pueden distorsionar tan delicadas estructuras, dando como resultado pernicioso una enfermedad.
En esa indagación del entorno, los sentidos informan de olores, sabores, sensaciones de calor, frío, grados de presión o dolor, con tal de mantener la integridad del cuerpo, amenazada por agentes físicos externos, ante las múltiples asechanzas desde un medio ambiente hostil. En el caso de los receptores de la piel, adaptados para percibir estímulos como el calor, el frío, los cambios de presión y el dolor se ha fijado la academia sueca para conceder el Premio Nobel de Medicina de este año. Es una decisión que ha causado cierta perplejidad, incluso para versados en la materia médica Quizás porque estamos acostumbrados en demasía a grandilocuentes avances, en las fronteras casi de la utopía. Operando con la biología molecular sobre los intrincados mecanismos de la respuesta defensiva inmunitaria, la medicina de precisión o la proteómica, al mostrar un aspecto más terrenal, causa cierta sorpresa.
No están exentas de admiración estas incursiones que inciden sobre aspectos que parecerían de sobra conocidos, acerca de los receptores de la piel, para la temperatura y el dolor. (Una piel que asimismo depara sensaciones placenteras, agradables al tacto de superficies materiales, tanto lisas como con el roce con otros cuerpos). Los receptores cutáneos están distribuidos a lo largo de una amplia superficie cutánea, el órgano más extenso que recubre y da forma al cuerpo humano. Viene a ser la frontera que define los límites de nuestro yo, frente a los otros cuerpos y al ambiente externo. La primera barrera defensiva ante los insultos del exterior.
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Por sus hallazgos destacados en este campo de fisiología esencial, han sido premiados el estadounidense David Julius, fisiólogo de la Universidad de California, descubridor del sensor de las terminaciones nerviosas de la piel, que responden cuando son estimuladas por el calor. Para sus investigaciones se sirvió de un compuesto, la capsaicina, presente en los alimentos picantes, como las guindillas. Este elemento es capaz de provocar una sensación de calor y ardor por la acción de una proteína, cuyo impulso nervioso se transmite hasta el cerebro. El otro galardonado, Ardem Patapoutian, científico de origen libanés nacionalizado estadounidense, descubrió los receptores sensoriales de las células de la piel, que responden cuando son sometidas al estímulo de una presión externa. Su función resulta crucial para regular acciones como el tacto cutáneo, la presión arterial o el control del esfínter de la vejiga de la orina. Juegan un decisivo papel estos receptores para informar, debido al cambio en el sentido de la posición de las diferentes partes del cuerpo, lo que se conoce técnicamente como propiocepción. Ahí es nada.
Estos descubrimientos servirán para comprender los mecanismos intrínsecos que generan el dolor. Hablamos de un dolor de elusiva comprensión, de complejo encaje en una definición satisfactoria que abarque su sentido completo. Con un significado en el que la condición física es indisoluble con la derivada emocional, como un todo indivisible. Para expresar su naturaleza, la literatura se explaya y ahonda en terminologías enfáticas o recurre a eufemismos y comparaciones. Son pálidas aproximaciones del sentir anímico, convertida la sensación dolorosa en el centro de la conciencia de la persona afectada. Tratar de mitigarlo, eliminarlo, es ahora más accesible gracias a los laureados este año por la Academia sueca.
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