Nunca pensé que escribiría en favor del dinero tradicional y su forma tangible: las monedas y billetes. Lo hago en este momento porque el sistema ... global que nos gobierna ha decretado su desaparición. Para erradicar el dinero 'contante y sonante' se ha diseñado un proceso cuya primera etapa ha sido instaurar el dinero de plástico, las tarjetas, como transición entre cualquier moneda y el 'dinero digital', ese que no vemos pero cuya existencia conocemos por la sencilla operación de enfrentar el móvil a la pantalla de una caja registradora.

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Lo que ocurre entre ambas pantallas es uno de los misterios metafísicos de este tiempo. Solo sabemos que ese rápido gesto de manos, casi mágico, produce la sensación de que cualquier compra es un regalo. Hacemos un pase de birlibirloque y, sin dar nada a cambio, adquirimos objetos que cubren nuestras necesidades o nos llenan de gozo, desde una barra de pan a un automóvil. Todo ello produce la impresión de que gastamos menos, lo que nos convierte en consumidores despreocupados con la sensación de que comprar no cuesta nada, pues el dinero es invisible. Si de sesenta euros gastamos veinte en un libro sabemos que nos quedan cuarenta. Si pagamos con la tarjeta o con Bizum, arrimando el plástico a una ventanita digital, ignoramos si nuestra cuenta está boyante o, por el contrario, temblando en los límites del descubierto, porque desconocemos lo que ocurre en las tripas electrónicas de la caverna digital.

En resolución, que, aun siendo la posesión o escasez de dinero físico una muestra de desigualdades sociales, ese estado imperfecto es más real que la existencia del dinero digital, que engañosamente parece igualarnos, pero que constituye el triunfo grosero de lo peor de un sistema económico que escatima a los ciudadanos el control de su hacienda. Para sustituir el antiguo dinero se nos ofrece un mundo misterioso de pagos digitales que la gente no domina y cuyo control último fiscalizan quienes dirigen el mundo cibernético. Pagamos con tarjeta pero ignoramos a quién pertenece nuestra entidad financiera. Resulta entrañable la anécdota de aquellos ancianos que pedían al director de su banco ver y tocar los billetes ahorrados. Hoy tampoco sabemos dónde está nuestro peculio.

El dinero físico, además de ser un medio de transacción, posee carácter didáctico: en él aparecen quiénes dirigen la economía (algunos billetes aún van firmados por Mario Draghi, expresidente del Banco Central Europeo), además de datos históricos, monumentales, simbólicos... En ocasiones refleja acontecimientos memorables como nuestro ingreso en la Unión Europea y la unificación pecuniaria que abolió pesetas, francos, liras y dracmas sustituyéndolos por el euro.

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El dinero lleva estampadas efigies de gobernantes, dictadores, figuras científicas y de las letras, benefactores sociales, héroes nacionales... Nuestros billetes en pesetas mostraban fisonomías ilustres, monumentos históricos y obras de arte: Cervantes, Falla, Rosalía (la de Castro, no la de 'Motomami'), Galdós, Bécquer, Goya, Ramón y Cajal... Nunca hubo billetes 'de Franco' por su previsible rechazo en Europa, aunque pensaron hacerlos. Se acuñaron, en cambio, monedas que, olvidadas en los cajones, recuerdan su rostro y la leyenda: 'Francisco Franco Caudillo de España por la Gracia de Dios'. Una lección histórica sobre la estrecha connivencia entre los poderes político y religioso en aquellos años. Las monedas y billetes enseñan, las tarjetas de plástico cultivan el olvido.

Y algo aún más grave: el dinero virtual propicia el espionaje y control de vidas y haciendas. Mientras que con el dinero físico gastamos anónimamente, toda transacción electrónica queda registrada en un terminal, cuyos dueños nos fiscalizan porque saben en qué lo empleamos, qué libros leemos, nuestros gustos o qué conducta ética ratificamos con su uso (podemos gastarlo en una juguetería, en la compra de un revólver o para pagar la cuenta en un burdel). La tosca mentira para justificar la eliminación del dinero físico es que vigilando nuestro gasto el Estado evita el fraude fiscal y la evasión de capitales. Pero la gente normal no puede evadir un dinero que no tiene, mientras que oligopolios, financieras, multinacionales y usuarios de tarjetas 'black' lo ocultan en paraísos fiscales, sin que el Estado frene tales latrocinios. Corolario: como hay evasores fiscales se castiga a toda la población.

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Los gerifaltes del sistema manipulan nuestro dinero, pero desconocemos dónde lo guardan ni si lo tienen invertido en ayudas al desarrollo, en el mercado de armas, en la tala de árboles de la Amazonia, en empresas de 'fracking' que envenenan la tierra, en la especulación del ladrillo o en dolosas operaciones criminales como las 'preferentes' de 2008.

Termino con palabras de Nuccio Ordine en 'La utilidad de lo inútil': «El sistema capitalista, además de apropiarse del dinero, en entidades como los bancos, que son solo un nombre, solo una fachada del sistema, quiere hacer desaparecer la cultura de la que el dinero es expresión».

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