Apreciado lector, en esta columna, durante algunas semanas, le hice partícipe del extracto de un diario de reflexión política que se filtraba en mi correo ... electrónico. Hace unas semanas se acabaron las filtraciones, pero recibí esta misiva que hoy les comparto.

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«Estimado filtrador de reflexiones.

Como habrá notado, finalizaron las filtraciones de mi correo. Mis informáticos detectaron y sellaron la grieta de seguridad. Ellos me facilitaron su dirección. Mi equipo de abogados está estudiando posibles repercusiones. Si así lo estimo, a su debido tiempo, tendrá noticias suyas en forma de burofax.

Al margen, haber accedido a mis reflexiones sobre la política, me suscita una extraña complicidad con usted. Así que me permito esta licencia: confesarle mi parecer. No siento arrepentimiento. No puedo arrepentirme de la realidad actual. Simplemente sé jugar bien mis cartas. Cualquier reproche que me haga es ignorancia de lo que hay. La política es una jungla donde eres cazador o presa. El problema lo tendría usted si no lo asume. Si no lo hace, será otra presa más.

Me considero un superviviente con arte para flotar en cargos de poder y blindarme. Quienes amaban el debate de ideas y lo ético murieron ahogados ante la erótica del poder su estética. Para esta estética, y no la ética, conformé mi gabinete encargado de suscitar las emociones adecuadas en la gente. Para eso les pago. Son las emociones, y no las ideas, mi escudo. Porque la emoción precede al pensamiento. La mano que mece la emoción domina el juego. Y eso es lo que cuenta.

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Para ganar elecciones, ya no se debaten ideas. El Deluxe mató a La Clave. Jorge Javier fulminó a Balbín. Corremos a controlar la masa votante por emociones para distraer su atención de lo importante. Con la emoción suscitamos problemas inexistentes para aparentar ser solución. El constante martilleo emocional nos facilita cambiar gradualmente la realidad a nuestro antojo y beneficio. Mediante la emoción, podemos inducir un optimismo irreal para doblegar voluntades y exigir sacrificios reales. Con emociones les tratamos como niños secuestrando su sentido crítico, nublando su racionalidad y razonabilidad. Y así, emocionados, los podemos instalar complacidamente en una mediocridad de arenas movedizas.

Cada proceso electoral constituía un estimulante reto. Pero un reto estético. Un juego al que siempre gano. Porque o ganas o mueres. Pero, alcanzado mi objetivo, se desvanece la ilusión. Otro reto más. Me aburren las consideraciones morales y éticas, las súplicas de quienes creían en la política como algo noble. En un tiempo llegué a pensarlo, pero ya no tiene cabida en mí. De ser un dios, haría como Catón y lo transformaría todo en una dictadura.

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Me despido de usted en este trayecto. Giovanni».

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