En realidad, hay dos 'días después': el de la dimisión de Teodoro García Egea, y el del abandono de Pablo Casado de la presidencia del ... Partido Popular. El primero ya se ha producido; el segundo, no. De la dimisión de García Egea, aquello que cabe derivar es que la inmensa mayoría de dirigentes y militantes de su partido le estaban esperando para pasarle factura. El ciezano no se ha ido de su cargo orgánico por denunciar las presuntas irregularidades en los contratos del hermano de Ayuso, sino porque el despotismo con el que ha ejercido su desempeño lo habían convertido en una figura tan obedecida como poco respetada. Solamente López Miras y su círculo próximo permanecieron fieles a García Egea hasta que su olor a cadáver era ya tan intenso que temieron por formar parte también de la comitiva fúnebre. Ahora bien, no olvidemos que, pese a su súbito e incondicional 'feijóonismo', los modos de García Egea y de López Miras son muy semejantes y que, en cierta medida, el descontento soterrado que existía con el primero en todo el territorio nacional es el mismo que existe con el segundo en el PP de la Región de Murcia. Los mensajes sobreactuados emitidos, durante estos días, desde su entorno no suponen más que la confirmación de que en él cunde el nerviosismo y de que los muchos cadáveres dejados por el camino pueden, de repente, volver a la vida y montar un holocausto zombi en toda regla. Por lo pronto, y ante la ausencia de García Egea, la intimidación ya no podrá utilizarse como herramienta de inhibición de las diferentes sensibilidades que circulan por las venas del PP de la Región de Murcia.

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Pero está por llegar el 'segundo día después', ese en el que Pablo Casado deje de liderar oficialmente el Partido Popular, y Feijóo tome el relevo del mandato más funesto que ha vivido la formación de derecha desde su fundación. En ese momento, el político gallego se encontrará con un problema que, con seguridad, no se resolverá ni en semanas ni en meses: el 'sorpasso' de Vox y la consolidación de la ultraderecha como el segundo partido del tablero político español. Por más que desaparezcan de la primera línea de la política, la herencia dejada por Casado y García Egea va a permanecer vigente durante mucho tiempo. La radicalización del espectro sociológico de la derecha que se ha producido durante los tres años en que han liderado al PP constituye uno de los servicios a la patria más funestos que se pueden recordar. En contra de lo que hace algún tiempo opinaban algunos gurús demoscópicos, el 'efecto Vox' no tiene las características de un soufflé, que sube con la misma velocidad que baja. Desde su irrupción –y a diferencia del resto de nuevos partidos–, el partido de ultraderecha ha descrito una curva creciente y sostenida. Como se demuestra encuesta tras encuesta y –o que resulta más importante– elección tras elección, Vox suele estabilizarse en cada nueva cota alcanzada y es difícil que descienda en sus apoyos. Además, la línea que separa a una parte importante del electorado tradicional del PP de los postulados de Vox es tan fina que, basta con que una leve brisa sople, para que las hojas movidas se traduzcan en un trasvase importante de votos. Con que imaginemos los efectos del tsunami provocado por el numerito del 'barco de Chanquete', protagonizado por Casado y García Egea durante el fin de semana pasado. Incluso las encuestadoras más favorables al Partido Popular, cuantificaban el daño causado en cuatro días de luchas intestinas en casi cuarenta escaños que iban a parar a la saca de Vox.

Cuando Feijóo, por tanto, agarre el timón del PP, se va a encontrar con un barco casi anegado por el agua, y perdiendo fuelle con respecto al crucero de Vox. El margen de movimientos con el que se va a encontrar será mínimo: si modera su discurso, la radicalización de parte de su electorado se lo reprochará; si, por el contrario –y en lo que supondría hacerse un 'Pablo-Teo'–, inflama sus mensajes para conducirlos por la senda del populismo, Vox seguirá siendo el original que triunfe sobre la copia. Y, por si fuera poco, la única opción restante –pactar un cordón sanitario con Pedro Sánchez que aísle a la ultraderecha de las instituciones– constituye, así de entrada, un imposible. Como advertí la semana pasada, en esta misma sección, el gran error político de Casado y García Egea ha sido exacerbar el odio hacia Pedro Sánchez, como si este supusiera la verdadera amenaza de desaparición del Partido Popular. En realidad, el principal peligro para la supervivencia del PP es Vox. Y es de suponer que Feijóo, a diferencia de sus predecesores, será consciente de este hecho. El problema es que la tendencia está tan marcada entre el lectorado del PP –es mejor pactar con Vox que con Pedro Sánchez–, que transformar este estado de opinión requerirá, por parte de Feijóo, de una descomunal labor pedagógica. Además, en la actualidad, gobiernos autonómicos como el de la Región de Murcia, Andalucía y, con total probabilidad, Castilla y León, dependen del apoyo de Vox, por lo que romper drásticamente con esta formación requeriría de hacer sangre en el corto plazo, para, en el medio, curar todas las heridas. ¿Está dispuesto el político gallego a correr estos riesgos, alejándose del populismo? El tiempo lo dirá. Pero lo que parece claro es que de Casado y García Egea vamos a seguir hablando durante mucho tiempo, porque el roto que han hecho en la derecha española puede llegar a ser epocal.

Cuando Feijóo agarre el timón se encontrará un barco perdiendo fuelle con respecto al crucero de Vox

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